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La extinción de la belleza

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Para Chus, mi librera de San Juan, que siempre descubrimos libros juntos.

Hasta las narices me hallo de tanto discursito bifaz. Feminazis y machistorros, comunistas y capitalistas, podemitas y fachitas, madridistas y culés… La caterva no cambia. ¿Acaso no saben hacer otra cosa que limitar toda su existencia a un puñado de consignas repetidas hasta la extenuación? ¡Qué discurso tan empobrecido, por dios! Estaría bien que no fuesen tan reduccionistas y se dedicaran a leer, a buscar lugares comunes y, sobre todo, a no soltar sapos y culebras por la boca, que ya empieza a ser muy evidente eso de “por el interés te quiero Andrés”.
Lo que yo me pregunto (con mucho fervor y devoción) es si todos los que pasan el día despotricando de unas cosas u otras en las redes, tienen también tiempo para detenerse a contemplar la belleza que les/nos rodea, o si, por el contrario, son incapaces de apreciarla por muy delante de las narices que se la coloquen. Lo digo porque tengo la ligera sensación de que están tan ensimismados en su parcela de rumiantes que no viven para otra cosa, algo demasiado peligroso, más todavía cuando los ánimos se empiezan a caldear.
Es evidente que cuando más te relames las comisuras, más difícil es distanciarte de la película y mirar hacia otro lado. Absortos. Así nos va... Con el coronavirus (Que extraño es todo, ¿verdad? Se me antoja (in)verosímil).,, Con lo del día de la mujer y las discrepancias de los ismos (¡Más madera! ¡Más madera!)... Con la nueva ley de educación y el nuevo código penal (todo es tan nuevo que suena a vintage)....



Me pongo a pensar en todo esto mientras recuerdo la puesta de sol desde el muelle de Brighton. Apoyados sobre la barandilla mirábamos el mar en calma y unos cuantos estorninos volaban cerca. A cada movimiento de la brisa marina, otros tantos se unían a la bandada. Danzaban cada vez más cerca. Bajaban y subían en su vuelo, viraban de repente su rumbo, como si de un dulce quiebro entre amantes se tratase. Por un instante me fijé alrededor: ya no éramos los únicos espectadores boquiabiertos. 
La multitud sonreía, nosotros mismos nos mirábamos dichosos. El día se detuvo en ese instante y sólo teníamos ojos para los que algunos llamaban en inglés “starling murmuration”. Dejamos la mente en blanco y vimos como cientos de aves dibujaban formas caprichosas sobre el cielo, líneas fluidas que se expandían sobre el nublado horizonte. No pensábamos nada más, sólo volábamos con ellos.


Y entonces llega a mi mesa El día de las ballenas. Y siento como la historia sin palabras ideada por Cornelius, el colectivo de escritores formado por Davide Cali, Guido Sgardoli, Tommaso Perchivale, Pierdomenico Baccalaro y Davide Morosinotto, e ilustrada por Tommaso Carozzi tiene mucho que ver con esa destrucción de la belleza que un día tras otro llevamos a cabo en las redes sociales, en las aulas, en la barra del bar, o en el banco del parque. No hace falta cortarles las alas a los pájaros, envenenar los océanos o liarse a tiros. También extinguimos la belleza con nuestra palabras.


Un día cualquiera en una metrópolis cualquiera, los cuerpos de enormes cetáceos tapan la luz del sol, flotan entre los rascacielos. Se desata el caos, la muchedumbre ve una amenaza en sus lentos movimientos y los poderosos deciden acabar con ellos.
En pocas páginas, los autores se adentran en nuestro subconsciente con una fábula que algunos pueden traducir en ecologismo, con una narración que oscila entre lo inverosímil de Chris Van Allsburg y lo surrealista de Shaun Tan. Todo ello sin perder de vista un estilo figurativo que siempre permite descubrir detalles literarios (fíjense en el nombre que aparece en el parte meteorológico), cinematográficos (¿Acaso no ven en esos planos generales y contrapicados la magia del cine?) e incluso museísticos (Si alguna vez van al Museo de Historia Natural de Londres, acuérdense de este libro) que tienen que ver con el pasado y con el futuro en el que nos podemos ver reflejados.


Eso le decía yo a la librera Chus el otro día cuando me hablaba de este libro. “¿A que te inspira una pena confusa?" Algo se desgarra por dentro al mismo tiempo que agita nuestra conciencia. En su lectura, no son las ballenas las que mueren, somos nosotros los que nos consumimos poco a poco.





¡A la gresca!

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Cada vez desconfío más de las predicciones meteorológicas. Nadie se pone de acuerdo. Los hombres del tiempo dicen que vuelve el frío y sus nevadas, los políticos que si el sol nos bendecirá con sus rayos (se acercan las fallas y la semana santa), los agricultores están hasta las narices de las sequía, los comerciantes que si el viento amainará en breve. Da igual que estemos en invierno, primavera, verano u otoño, el caso es que no hay puntos comunes a los que agarrarse (¡Polémico cambio climático…!). Y es que mientras todos tengamos intereses tan dispares, no podremos ponernos de acuerdo ni con el tiempo. Esto parece un diálogo de besugos. No sé muy bien entre quienes, pero lo es…

Jersey de lluvia.
Falda de helecho.
Luz de rocío.
Soplo de viento.
¿Dónde te sientas?
Yo no me siento.
Sobre la lluvia
o sobre el viento.
Sobre el rocío.
Bajo el helecho.

¿Tú no te sientas?
Yo no me siento.
¿Ya no me entiendes?
Ya no te entiendo.
¡Diablo de lluvia!
¡Diablo de helecho!
¡Ay, qué rocío!
¡Mira ese viento!
Siéntate, niña.
No, no me siento.

Antonio García Teijeiro.
Jersey de lluvia.
En: Dijo el ratón a la luna…
Antología de Fran Alonso.
Ilustraciones de Xosé Cobas.
2020. Anaya: Madrid.



Preguntas en mitad del caos

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Después de todo tendremos mucho que agradecerle al CoVID-19. No me malinterpreten, pero observo que es la primera vez en muchos años que gran parte de los ciudadanos del mundo nos estamos empezando a plantear las mismas preguntas. Y eso, permítanme que les diga, es algo extraordinario.
En primer lugar están las preguntas sobre el patógeno. ¿Qué es un virus? ¿Y un coronavirus? ¿De dónde ha salido? ¿Cómo se contagia? ¿A quiénes? ¿Es letal? ¿Qué es una epidemia? ¿Tiene prevención? ¿Y cura? Nunca había odio tantas veces tantas preguntas seguidas sobre el ámbito científico, un universo del que la mayor parte de la gente pasa, o simplemente nos deja a unos pocos.
En segundo lugar vienen las de nuestra propia actitud frente a enfermedad. ¿Sabemos a lo que nos enfrentamos? ¿Toda la información es fiable y está contrastada médicamente? Tengo unas décimas de fiebre, ¿llamo al teléfono de atención a los afectados? No me han resuelto mis dudas ¿me dirijo a la consulta del médico? Lo que está claro es que nadie sabe actuar al respecto.


El tercer lugar hay que destinarlo para aquellas cuestiones que se refieren a los demás. Si continúo mi vida normal, ¿pongo en riesgo a las personas de mi entorno? Me quedo en casa, ¿pensarán que estoy aprovechándome de una situación excepcional para escaquearme del curro? ¿Colapso los servicios sanitarios ante la mínima duda? Soy joven y probablemente los síntomas duren pocos días pero, ¿y mis padres y abuelos? ¿Acaso ellos no merecen vivir? ¿Actuamos con frivolidad al respecto? Tampoco son los únicos, ¿y la gente joven que está inmunodeprimida o sufre otras patologías? Pensemos en el futuro: ¿Y si el gran número de contagios provoca la mutación del virus y se hace más virulento y letal? ¿Y el hemisferio sur? Ahora empieza el otoño allí. ¿Y los países sin desarrollo sanitario? Solo les digo que cualquier decisión personal conlleva una responsabilidad conjunta.


La tanda cuarta la reservo para los políticos. ¿Las decisiones que toman se realizan sobre criterios científicos o políticos? ¿Infravaloran unas vidas por encima de otras? ¿Vulneran las decisiones políticas nuestro derecho a salvaguardar la propia salud? ¿Es lícito poner en riesgo la salud de los ciudadanos con tal de mantener el amaneramiento político? ¿Hay que ser sinceros con la población? ¿Se utiliza la crisis del coronavirus como tapadera en otras maniobras y estrategias políticas? ¿El poder o los ciudadanos? ¿La cobardía o el deber?
Y la quinta y última va sobre ciencia y sociedad. ¿Podrá frenar esta crisis mundial la medicina? ¿Acaso no hemos sido muy optimistas? ¿El virus nos ha convertido en hospedadores de manera natural o ha sido manipulado en los laboratorios? ¿Está la ciencia a nuestro servicio o al de otros intereses? ¿Es infalible la ciencia? ¿Acaso no somos demasiado tecno-optimistas?


Y si se animan a buscar más respuestas (es inevitable hurgar en nuestra razón siempre que se nos plantea alguna), les traigo otra buena tanda en ¿Qué puedo esperar? El libro de las preguntas, un álbum de Britta Teckentrup recién editado en nuestro país por Libros del Zorro Rojo que no tiene desperdicio. Poético y evocador reúne montones de preguntas dirigidas a cualquier lector. Acompañadas todas ellas de imágenes sugerentes que invitan a una búsqueda de respuestas conjunta entre libro y lector. Muchas miran hacia el futuro (cosas de niños, ya saben…), otras se quedan en el ahora (que también importa) y las menos habitan el pasado, pero todas son sutiles e interesantes, humanas y universales. Ideal para regalarlo y buscar algo bonito en mitad del caos.



Flores en las trincheras

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Para Miriam y Maku, porque sé que florecerán.

Aislados en mitad de una crisis sanitaria como esta, todos intentamos mantener cabeza y manos ocupadas (los pies son otra historia debido a las restricciones del llamado estado de alarma). Tareas del hogar, ordenar el trastero, terminar esa bufanda que empezamos a tejer hace tres años, intentar dar forma a todas las recetas de tartas que encontramos en la red para celebrar nuestro no-cumpleaños un día sí y otro también… Durante una cuarentena que se promete muy larga (el mes no nos lo quita nadie en el mejor de los casos), dejen la desidia a un lado.
Estos primeros días de encierro hemos visto en las redes sociales todo tipo de iniciativas. Actividades para niños y grandes están llenando las pantallas de los dispositivos móviles, sugerencias que tienen como objetivo hacer más llevaderos estos días de parón, caos e incertidumbre. Por mi parte y como buen monstruo, me dejo la parte didáctica para mis clases on-line (que pretendo aprovechar mucho, queridos alumnos…) y me dedicaré a sembrar entre ustedes algo de belleza y unas cuantas sonrisas con estas cosas mías de los libros para niños. Se agradece una pizca de optimismo en un tiempo gris que se vislumbra un tanto vano.


Las culpas, a un lado (¡Qué católicos y apostólicos se ponen algunos cuando la mierda les ahoga!). Dejen en paz al chino que se comió al “murciégalo”, también a los italianos, e incluso a Greta Thunberg (¡Qué pesadilla!), para justificar este entuerto mayúsculo. No les llevará a nada. Hay que ser práctico. Apaguen sus televisores (aviso que los medios de comunicación no les pueden traer nada bueno durante estos días extraños, pues está claro que desinforman a pasos agigantados), cambien el chip y permitan que vayan fluyendo sentimientos e ideas. Lo que más nos hace falta en estos momentos es ser humanos.
Ya vendrán los juicios. Ya llegarán. Pero por ahora busquemos una salida en la razón y dejemos la sed de venganza para tiempos futuros. Seguramente será difícil. Entiendo que tengan la mente ocupada con miedos, debacles interiores y mucha basura, pero si respiran hondo, la despejan de esa bruma omnipresente, y miran a su alrededor, pueden encontrar cualquier objeto que les inspire y conduzca hacia otro sitio más hermoso.
Si necesitan un ejemplo aquí les traigo el libro de este primer lunes de cuarentena, ¿Qué hace falta?, un álbum que recoge un texto de Gianni Rodari y las hermosas ilustraciones de Silvia Bonanni (Kalandraka) que se popularizó gracias a la canción de Sergio Endrigo Ci vuole un fiore.



Tomando como excusa el centenario del nacimiento del sempiterno autor italiano, la editorial gallega nos presenta un texto razonado de Rodari que hurga en la belleza del mundo desde una perspectiva sencilla e infantil siempre necesaria. Partiendo de un objeto tan cotidiano como una mesa, Rodari echa mano de la estructura de la retahíla para interpelar al lector de cualquier edad sobre el origen de las cosas. ¿Qué hay detrás del mundo de nos rodea, de esas formas con las que el hombre rodea su quehacer diario?


Acompañado de las sugerentes y coloristas ilustraciones en collage de Silvia Bonanni, algunos han apuntado de este texto que se trata de una bella metáfora que apoya el naturalismo filosófico, y otros lo llevan al extremo diciendo que podría considerarse una fábula que habla sobre la ecología y la interacción entre el hombre y los recursos. Sin embargo, un servidor se queda con lo poético de un libro cuasi-circular (ya saben, de los que terminan y vuelven a empezar) que cimentado sobre el binomio causa-efecto, nos ayuda a indagar y descubrir que detrás de lo mundano siempre hay algo hermoso que brota, crece, se enreda y florece en el corazón.


Una, dos, tres..., un montón de cosas bonitas

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Uno, tres, siete, veintitrés, veinticuatro, cincuenta y siete, ciento dos, trescientos quince… Así hasta los once mil y pico, la cifra oficial de contagiados por el coronavirus (no les voy a decir la estimada por algunos epidemiólogos para no asustarles, aunque debería). La mayor parte de nosotros no creía que esto fuera a suceder tan pronto pero ya ven que la realidad supera a la estadística y una vez más los españoles nos hemos superado (esta vez en lo malo). También les digo que cifras muchos más elevadas debemos de esperar para dentro de una semana, así que ya saben: en casita y sin dar por culo en urgencias para que la cosa se ralentice una miaja.
Y ya que nos hemos puesto muy serios contando (bueno, los políticos no, ya saben que ellos eso de la aritmética lo llevan muy mal, tanto para los millones que chorizan, como para el número de parados), dejémonos de cosas poco agradables y vayamos enumerando otras que nos arranquen una sonrisa, que ya les prometí construir un oasis de positivismo en esta casa de los monstruos.


En esta cuarentena me he propuesto contar los volúmenes que forman mi biblioteca. No se crean que va a ser una tarea fácil pues están desperdigados por todos los rincones de la casa, algunos por el trastero, otros los he ido repartiendo por casa de mis padres, de mi hermana y de algunos amigos. Así que tendré que hacer un contaje en diferido. (N.B.: Hagan apuestas en los comentarios y quien más se aproxime a la cifra final, tendrá regalito).


Tampoco estaría mal contar los lápices que tengo (siento verdadera pasión por estos útiles de escritura). De grafito, de distintas durezas, de colores, acuarelables, pasteles, sanguina… Sin contar portaminas, tengo todo tipo de lápices. Y se preguntarán “¿Para qué?” Pues para cuarentenas como esta en las que hay que retomar ciertas aficiones y sacarle un poco de color a la vida, no caer en el aburrimiento más absoluto y ejercitar un poco el dibujo.


Flores, tenedores, galletas, calzoncillos, pares de zapatos, camisetas, bombillas, latas de cerveza, clavos, chinchetas, clips, pintalabios, pliegos de herbario, minerales, fósiles, rollos de papel higiénico o bolsas de plástico. Cualquier cosa es buena para entretenernos estos días y saber cuál es nuestra debilidad más grande. Y así, un número tras otro, llego hasta uno de esos libros que te roba una sonrisa, no sólo porque esconde cosas muy bellas dentro, sino porque supone un juego matemático.


Un millón de puntosde Sven Völker (editorial Océano Travesía) fue elegido uno de los mejores álbumes infantiles del 2019 por el tándem The New York Times y la New York Public Library (ya saben lo que se prodiga esta lista entre los monstruos), algo que se debe a una puesta en escena muy colorista y llamativa donde el diseño y los primeros planos tienen mucho que decir, así como en el significado poco evidente de las ilustraciones.


Esto hace que además del juego que supone poder contar los puntos que aparecen en cada doble página (cada vez que pasamos página nos encontramos el doble) y dar fe de la suma que se nos presenta, establece otro aspecto lúdico preguntando al espectador la solución a esas adivinanzas sutiles que invitan a conocer el mundo desde perspectivas desconocidas.
Con sorpresa incluida al final, creo que no se lo pueden perder.



Teatro, mucho teatro...

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No sé qué me ocurre con esto del coronavirus, que cada día que pasa me recuerda más a una obra de teatro.
El primero en entrar a escena, nuestro presidente. No sé quién le habrá dado clases de interpretación, pero es capaz de pasar de soberbio a congestionado en milisegundos. Aun así, todavía no ha alcanzado la credibilidad pues somos muchos los que dudamos fervientemente de esa pose a caballo entre el victimismo y la ignorancia.
Detrás va el rey, que ha aprovechado la coyuntura del COVID-19 para “renunciar” a no-sé-qué herencia. Ya podría engancharla y dar buena muestra de su honestidad en forma de donación a los sanitarios españoles, profesionales que se están dejando la piel en las urgencias hospitalarias para tratar todas las neumonías bilaterales que llegan cada día a sus manos. Que no venga con cuentos, que Netflix© nos ha instruido en las mil y una formas para blanquear dinero.


Le siguen el resto de políticos y la gente bien (que no “de bien”). Sí, esos que a quienes se les hace la prueba del coronavirus mientras al resto de los españoles se les da una patada en el culo para que muchos se percaten de lo que va la democracia. Siempre ha habido clases gobierne quien gobierne. Comunistas, socialistas, demócratas o liberales. El caso es que cuando la gente empieza a vivir de puta madre no quiere morirse. Eso sí, a los demás: que los maten.
Continuamos con los medios de comunicación. Propaganda y más propaganda. Que si sal al balcón carita de azucena y aplaude un montón. Que si fíjate la de millones que van a invertir en pagarnos las hipotecas. Que si el teletrabajo es la quintaesencia de la productividad. Que tirarse un mes haciendo el cabrón no va a pasarnos factura tras la pandemia. Que si nuestra sanidad puede con todo… Falacias varias y tele en “off”.


Y por último, el pueblo triste y compungido que acude a unos supermercados y  farmacias que tienen mucho que decir acerca de la dieta “mediterránea”. Pizzas, productos precocinados, snacks, embutido y pasta son los productos estrella de una crisis sanitaria donde el índice de glucemia y las grasas saturadas preparan otra nueva a base de diabetes, obesidad mórbida, paros cardiacos, ictus y otras patologías cardiovasculares. Si a estos añadimos ansiolíticos, relajantes musculares y otros opiáceos, los de  salud mental que se agarren los machos.


Sin ganas de aplaudir llego esperanzado hasta el título de hoy, una historia hermosa donde las haya. Pelo y plumas de Lorenz Pauli y Kathrin Schärer (editorial Takatuka) es la adaptación en forma de álbum ilustrado de la ópera homónima de Lorenz Pauli, Rodolphe Schacher y Charlotte Perrey. En ella un perro con ganas de encontrar un amigo como él y una gallina ansiosa de aventuras se encuentran. No les voy a decir lo que viene después porque tienen que leer esta historia y dejarse llevar por unos diálogos la mar de simpáticos con mucho trasfondo (Lorenz Pauli siempre consigue encandilarme con su sugerente sencillez).


Sin embargo si me voy a detener en varias cuestiones que atañen a las ilustraciones y la anatomía del libro. En primer lugar las tapas, unas peritextuales que actúan como prólogo y epílogo (me hubiera gustado que se hubiera ajustado la misma distancia del plano tanto en la trasera como en la delantera, pero bueno…).
En segundo lugar las guardas y la portadilla también son espacios narrativos, en este caso con mucho sentido pues la acción se desarrolla en una obra de teatro, un lapso espacio-temporal que en parte puede asimilarse al de un libro.
Y tercero, me encanta la escena de la pausa (nos hace respirar e introduce un elemento humorístico necesario), así como la escena donde el perro y la gallina se acurrucan y se confiesas cómplices.
¡Ojala todas las obras de teatro fueran como esta!

De besos y padres

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Una de las cosas que más estoy echando de menos durante esta cuarentena son los besos. Y quienes me conozcan saben que, aunque sean gratis, no voy propinándolos a diestro y siniestro, pues los besos significan algo y hay que sopesar muy bien a quienes dárselos. Ya sé que cariño y austeridad nunca se dieron la mano, pero en ciertas ocasiones hay que poner freno a la hipocresía.


A mis amigos, a mis sobrinos, a mi hermana... Pero sobre todo a mis padres. Lo necesito. Más en un día como hoy en el que además de celebrar el llamado día del padre, coincide con el santo de mi madre, así que en casa se celebra por todo lo alto. Arroz con pollo, bien de pasteles -si son de La Suiza, la confitería con más renombre de la ciudad, mucho mejor- y una larga sobremesa. Pero como mi madre está con el maldito virus, ni sobremesa ni sobrinos sandungueros ni besos.


Y si a mí, que soy un besucón, se me ha antojado el día un poco triste, no me quiero imaginar lo que habrá sido de esos que sólo los besan en ocasiones especiales (Piensen que hay muchos, ¿eh? Que parece que los hombretones no podemos ir dando muestras de amor sin ninguna excusa). Espero que este día del padre sin padres les haya hecho reflexionar sobre lo importante que es regalar una caricia y un abrazo a aquellos que irán faltando dentro de unos años.


Por si esta no fuera una razón de suficiente peso, les recuerdo que durante los pasados días mucha gente ha perdido a sus seres queridos. Seguramente lo estarán pasando muy mal, sobre todo por lo deshumanizado de este virus que no entiende de despedidas ni de lazos familiares. No han podido acompañarlos durante la enfermedad ni han podido darles sepultura. No han dicho adiós a quienes les dieron la vida, y eso, déjenme decirles, deja un vacío muy grande.
A pesar de ello, creo que este coronavirus que nos está cambiando a pasos agigantados, también lo hará en otros ámbitos, y que las relaciones con las personas que siempre hemos tenido cerca, adquieran la consistencia necesaria para que este tiempo que vivimos no las siga desgastando.


Aunque hoy no he tenido mucho tiempo (N.B.: A quien se lo diga no se lo cree, pero lo cierto es que estado muy atareado: ejercicio, cocina, limpieza y algo de dibujo), he sacado un rato a última hora para recoger unos pocos títulos que hablan de padres, para celebrar este día con los monstruos. Hay padres primerizos, padres únicos, también hay padres numerosos, padres sensibles y padres juguetones. Todos lo que traigo a la palestra bien merecen su atención, así que una vez que esto termine, ya saben: hay que acudir a una librería y regalarle el que más le guste a su padre.


¡Feliz día a todos, incluidos los Josés, Josefas, Pepes y Pepas!

Días de muchas cosas

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Si siguen la cuenta de Instagram de los monstruos se habrán percatado de que hoy se celebra en todo el mundo el Día de la Narración Oral, una jornada que los monstruos celebran con mucho frenesí pues las producciones orales siempre han sido de notable importancia para los pequeños de la casa, tanto es así que las primeras obras de la llamada literatura infantil se basaron en los cuentos de tradición oral que habían pasado de boca a oreja desde tiempo inmemorial.


Además de celebrar esto, este 20 de marzo también le dedicamos el día al gorrión, el ave que da nombre al gran orden de los Passeriformes (su nombre científico es Passer domesticus) y que está desapareciendo de muchas áreas urbanas por diferentes motivos (en Londres es prácticamente invisible). Y ustedes dirán, “¡Bah! ¡Un pájaro sin importancia!” Pero la realidad es otra. Les ilustro… En 1958, China (siempre están presentes…) inició la llamada campaña de las “Cuatro Plagas”, integrada por Mao Zedong en el proyecto “Gran Salto Adelante” para relanzar el país como potencia mundial. Esta consistía en cargarse cuatro especies letales para las cosechas: moscas, mosquitos, ratones y gorriones. En el caso de los gorriones instó a la población a hacer ruido (palmas, caceroladas, etc.) para que las aves murieran por agotamiento durante el vuelo. Y así pasó, que el gorrión fue exterminado de China. Pero como la madre naturaleza es sabia, dijo aquello de “Rebota, rebota y en tu culo explota” y fue la langosta, uno de los principales alimentos del gorrión (es más insectívoro que granívoro por mucho que se empeñara la propaganda china), la que se zampó todas las cosechas siendo el detonante de la Gran Hambruna China entre 1958 y 1961 en la que murieron entre dos y tres millones de personas. Por si no fuera poco, China tuvo que plegarse e importar gorriones desde la antigua URSS…


Lo tercero que celebramos este viernes es el Día de la Felicidad. Como lo oyen. A pesar de virus y lo deprimente de esta situación, la ONU nos invita a ser felices y de paso hacer felices a los demás, que el mundo está muy mal y todos tenemos que sonreír ante la vida y sus avatares. Se ve que alcanzar la felicidad es un objetivo que debe primar en las políticas de los diferentes países del mundo (aquí se ve que tenemos de sobra porque a nuestros políticos básicamente se la suda), una perspectiva que empezó a considerar el rey de Bután hace más de 40 años definiendo lo que él llamó “Felicidad Nacional Bruta” (total na’…)


Y sin meterme en terrenos pantanosos (Perdónenme, que llevo una semana a pique de la úlcera…), les dejo con un libro que va de pájaros y felicidad (viene que ni pintado). El vendedor de felicidad con texto de Davide Calì e ilustraciones de Marco Somà (editorial Libros del Zorro Rojo), es uno de esos álbumes para terminar la semana con buen sabor de boca.
La acción se sitúa en un bosque por el que transita la camioneta del señor Pichón, el vendedor de felicidad. Este personaje se acerca por todos los hogares y establecimientos. No le falta ni uno: la casa de la señora Codorniz, la de la Abubilla y  la tienda del señor Chorlito. Aunque se les ve contentos, todos adquieren su dosis de felicidad, ya saben que nunca está de más tener algo de reserva…
En definitiva, una historia para disfrutar embelesado con las imágenes preciosistas y llenas de detalles del artista italiano, y en la que se nos invita a imaginar cómo es capaz cada uno de los protagonistas en alcanzar la felicidad.
Un viaje de descubrimiento en el que el lector imagina en cada doble página la felicidad en sus diferentes formas. Porque la felicidad es como el aire que adopta la forma del frasco que la contiene.




Poesía somos todos

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La primavera brota otro año más. Se nos había olvidado que la naturaleza sigue su curso, que vive ajena a los problemas de los hombres. El campo florece de súbito, las yemas empiezan a romper, los pájaros se alborotan un año más y volvemos a celebrar el Día de la Poesía (¿Se han fijado en la cantidad de cosas que celebramos este mes de marzo?).
Quizá este sábado sea el más indicado para darle el valor que merece a la belleza de las palabras. Porque necesitamos volar, caminar, sonreír, saltar, bailar, correr, bromear, navegar, acariciar, charlar, compartir y soñar. Todo eso es posible con la poesía, porque poesía somos todos.
Desde aquí les invitamos a leer todas estas entradas sobre poesía y participar en la iniciativa/reto que he realizado a través de las stories de la cuenta de los monstruos en Instagram. Que se unan a los monstruos y así podamos llenar de rimas asonantes y consonantes un día como este que tanta luz necesita.
Como muchos padecen de falta de sueño en esta cuarentena interminable (no me extraña… Todo el santo día perreando en casa tiene que pasar factura a los ritmos circadianos), les mando un poquito de ánimo para que duerman como niños y que sea el sol quien les despierte todas las mañanas. ¡Y tan a gustito!

Despierta, niño, despierta,
que el alba recién nacida
está llamando a tu puerta.

Abre, niño, ya los ojos,
que el sol viene con urgencias
y está abriendo los cerrojos.

Deja tu sueño en la almohada,
que la noche ya se ha ido
y viene la madrugada.

¡Que ya está aquí la mañana!
¡Despierta, niño, despierta,
que da el sol en tu ventana!

Carlos Reviejo.
Despertares.
En: Versos para ir a dormir.
Ilustraciones de Miren Asiain Lora.
2019. Madrid: SM.




De problemas y oportunidades

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Se ha hablado mucho estos días (y se sigue hablando, que aún nos queda confinamiento para rato) de muchos temas que atañen a la salud pública. De medidas preventivas, de la higiene, de cómo evitar el aumento de la carga viral, de qué podemos hacer y qué no en la cuarentena, y de cómo debemos comportarnos y afrontar emocionalmente esta crisis sanitaria.
De entre todos estos temas, uno que me llama sobremanera la atención es el de las pautas comportamentales y psicológicas frente a este panorama dantesco (N.B.: Siempre había querido utilizar este adjetivo pero nunca había encontrado una situación apropiada. Es el momento de no caer en la hipérbole), no sólo por la cantidad de psicólogos y terapeutas que desde las redes sociales nos están asediando (Para el carro, bonico, que con tanta celeridad me vas a provocar un síncope antes de tiempo), sino porque la gente se está poniendo demasiado intensita y necesitamos algo de sentido común en vez de tanto misticismo.


No voy a negar que el problema del coronavirus sea muy caleidoscópico, es decir, que tenga tantas caras como seres humanos nos estamos viendo afectados. Pero precisamente por eso, debemos dejar que las circunstancias, los desenlaces y, sobre todo, la lógica personal nos vaya diciendo como debemos comportarnos ante él.
Aunque esto es para echarse a llorar, hay gente que se ha tomado el problema con guasa, ha enganchado un megáfono y se ha liado a organizar bingos desde las alturas. Otros han sacado sus instrumentos musicales al balcón. Los hay que les ha dado por el patriotismo. Los de la otra manzana han decidido pasear a sus perros descolgándolos en el patio de vecinos (increíble pero cierto). Tengo dos vecinos que se mandan mensajes de amor por el cristal de la ventana (¡Lo que dan de sí unos prismáticos estos días!). Más allá se pasan el día discutiendo (¡Qué voces, oiga!). En fin, cada uno canaliza el problema como mejor sabe…


Incluso los hay que lo han encarado a modo de oportunidad…. Les diré. Hay quienes han optado por denunciar a toda la finca y que viva la venganza (¿Se acuerdan de las vecinas de Valencia? Pues lo mismo). Algunos hemos tenido la oportunidad de saber a quien le importamos y a quien no (amigos y familia son puro desencanto, aviso). Los progres han visto la oportunidad de catar las mieles de la sanidad privada, que eso de la Ruber tiene mucha enjundia. No pueden faltar millonarios que quieran desgravarse impuestos. A mucha gente le ha dado por flirtear con el repartidor de pizzas o el de Amazon©. No pueden faltar los ególatras que se han lanzado a los directos de Instagram para contribuir a la paz mundial, el entretenimiento infantil, el fitness o las tendencias en mechas y otras chanzas del universo de la peluquería.


Y así, hablando de problemas y oportunidades he decidido empezar la segunda semana de aislamiento junto a ¿Qué haces con un problema? y ¿Qué haces con una oportunidad?, dos libros de Kobi Yamada y Mae Besom, que junto a ¿Qué haces con una idea?, terminan una trilogía que ha sido muy aclamada en esto del álbum infantil y publicada por la editorial BiraBiro en nuestro país.


Aunque me consta que muchos profesionales de las emociones y la psicología los están usando para sus sesiones de terapia y divanes varios, hoy rompo una lanza por la carga simbólica de estos libros, sobre todo en lo que se refiere a lo onírico de sus ilustraciones y que complementan de una forma muy narrativa cierto cariz didáctico del texto. Bebiendo de las fuentes del maga y el anime, así como de otras referencias orientales como el origami o la indumentaria samurái, se nos presenta una historia llena de fantasía en la que el niño protagonista y sus amigos de batalla –unos animales que acompañan y aúpan a este héroe-, se enfrentan a una nueva aventura.
Y sin más dilación, me voy a poner con mi oportunidad de este encierro: dibujar.

¡Que viva la imaginación! Libros infantiles y aburrimiento

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Ayer terminaron las primeras dos semanas de la larga cuarentena y los ánimos comienzan a minarse. Parece que ya hemos normalizado la situación, algo que queda patente en muchos de nuestros comportamientos. Cada vez son menos las llamadas de amigos y familiares para ver cómo vamos, se intuye menos entusiasmo en las propuestas de las redes sociales y empezamos a respirar cierta desidia y silencio en los supermercados. Es normal, empezamos a acostumbrarnos a una nueva vida que nos tiene atada a cuatro paredes en contra de nuestra voluntad y nuestras emociones y vivencias se hacen más asociales.
Mientras el tiempo nos aclara las respuestas que daremos individuos y sociedad a este confinamiento involuntario (aunque muchos hablan del “big brother” de Orwell y sus secuelas en forma de reality show, matizo que, a pesar de las similitudes, el contexto es otro), lo que más nos interesa es mantenernos apartados del influjo del aburrimiento, una sensación nada deseable para las semanas que nos quedan encerrados, pues puede acarrearnos muchos llantos, crisis existenciales y quebraderos de cabeza.
Es por ello que hoy les invito a un pequeño viaje por una serie de álbumes que toman como hilo argumental el aburrimiento para que de paso se animen a hacer cosas. Desde plantar las semillas de un limón, dedicarse al dibujo o la costura, e incluso leerse un libro son algunas de las ideas para disfrutar del tiempo de relax que nos ha “regalado” (entrecomillo para gambiteros) el dichoso COVID-19.
Si hay un sector de la población consciente de lo que supone aburrirse ese es sin duda los niños. El “Mamá, me aburro” es una constante en la vida de cualquier hogar con niños que gustan de estar activos durante el día. Además los adultos sabemos que es mejor mantenerlos enfrascados con alguna actividad antes que atenernos a las consecuencias de sus “brillantes” ideas.


En muchas ocasiones los mayores somos capaces de paliar dicha ociosidad, una situación de la que se hacen bastantes libros para niños, como por ejemplo Poka y Mina en el cinede Kitty Crowther (Cuatro Azules), en el que Mina empieza a aburrirse después de agotar sus ideas de entretenimiento y Poka decide llevarla por primera vez al cine.
Cualquier adulto podría pensar que este es el esquema más fácil en la vida real (los adultos siempre tratamos con mucha condescendencia a nuestros pequeños, ya que nosotros nos creemos más válidos), pero sin embargo, la literatura infantil nos dice otra cosa, pues en el cosmos de la literatura infantil no abunda mucho esta situación en la que padres o docentes marquen el ocio de los críos, sino que en la mayor parte de los álbumes que hoy presento en este breve monográfico, son los niños los verdaderos y decisivos actores de su entretenimiento formal.


En algunas historias es la figura del adulto la que incita a la autonomía lúdica del niño, algo que podemos observar en libros como Me abuuurro… de Claude K. Dubois (Blackie Little) o ¡Me aburro! de Carmela Trujillo y Marta Sevilla (Combel). En ambos el progenitor instar a los pequeños a que encuentren nuevas formas con las que divertirse, aunque el desenlace es muy diferente. Mientras que en el primero se realiza una crítica al entretenimiento a base de dispositivos electrónicos (seguro que muchos de ustedes habrán pasado por lo mismo estos días) y la historias se resuelve con un vuelco escatológico, el segundo se centra en la defensa de lo que nos mantendrá ocupados en los siguientes párrafos: la imaginación como acicate para disfrutar del tiempo.


Y es que en la mayor parte de estos libros son los propios niños quienes deben componérselas para hacerle frente a una situación de nulo disfrute, generalmente haciendo uso de su sola fantasía, un contexto en el que, inevitablemente, me viene a la cabeza la Alicia en el país de las maravillas de Lewis Carroll, pues, aburrida de ese libro sin dibujos decide perseguir a un conejo blanco que la transporta a un mundo onírico donde hay mucho que hacer.


Es así como resuena ese eco en obras como En el desván de Satoshi Kitamura (Fondo de Cultura Económica), Nina y Kike se aburren de Rocío Araya (Milrazones), A veces me aburro de Juan Arjona y Enrique Quevedo (Tres Tigres Tristes) y ¡Qué aburrimiento! de Henrike Wilson (Lóguez). En todas ellas el mundo onírico infantil se abre camino entre las negras nubes del aburrimiento e ilumina a sus protagonistas en situaciones que van desde el descubrimiento del universo hasta una realidad amplificada.


En el primero, uno de mis álbumes favoritos, un niño con una tonelada de juguetes se aburre enormemente y descubre una escalera que lo lleva hasta el desván, un lugar maravilloso donde vivirá las más variopintas aventuras. No se pierdan el final porque la historia da un vuelco maravilloso gracias a una madre realista.


En el segundo Nina y Kike, los protagonistas prueban todo tipo de fórmulas para rellenar su ocio. La cosa se pone cada vez más difícil hasta que de repente todo fluye según lo esperado y la sorpresa es mayúscula gracias a su enorme inventiva.


El tándem Arjona-Quevedo nos presenta una situación similar en el tercer título de esta categoría en el que el protagonista se entretiene poniendo caras. Cara de pato, cara de vaca, cara de ambulancia… Las personas ¿normales? tienen estas cosas en momentos de aburrimiento máximo.


El último título está protagonizado por un oso que se aburre mucho y no encuentra a nadie para jugar y pasarlo bien, todos están ocupados. Así que, harto, se tumba sobre el prado y deja que su mente viaje por otros derroteros. Me encantan las guardas, ¿y a ustedes?


Mención aparte merecen dos libros. Uno es Me aburro de Shinsuke Yoshitake (Pastel de Luna), un libro del que hablé no hace mucho y que sería algo así como una enciclopedia un tanto sui generis de lo que consiste el aburrimiento y sus diferentes formas. Recomendadísimo para paliar el aburrimiento a base de carcajadas.


El otro es el¡Me aburro! de Marc Rosenthal (Faktoría K de Libros) un álbum que bebe de los elementos del cómic sin llegar a serlo y que le da una vuelta de tuerca al argumento clásico de este tipo de libros. El protagonista cree que su vida es aburrida porque no sabe mirar a su alrededor, perdiéndose de este modo un entorno que tiene muchas sorpresas que ofrecerle. Seguramente ustedes se sientan así estos días, así que tomen nota.



Y como no podía ser menos también existen álbumes donde los versos y la rima se transforman en un alegato al entretenimiento y dar puerta a tanta quietud y desidia. Entre estos contamos con Señor Aburrimiento, un libro de Pedro Mañas y David Sierra Listón (Libre Albedrío) en el que la imaginación también está muy presente a pesar de tener consecuencias poco deseadas –sobre todo para los padres del protagonista-. 


También podemos hablar de Celia se aburre, otra historia rimada, en este caso de Celia y Gloria Rico (Beascoa) en la que una niña descubrirá que la naturaleza, la curiosidad y la constancia, además de llenar ratos muertos, tiene su recompensa.



Sobre poemarios y otros engendros rimados llamo la atención sobre dos títulos, La ostra se aburreun álbum de Ana Luisa Ramírez y Artur Heras (Diálogo) donde las palabras y los animales marinos despiertan el afán por el entretenimiento y la musicalidad (hay CD musical), y ¡No se aburra! de Maité Dautant y Mateo Rivano (Cataplum), un clásico del anti-aburrimiento en América latina que desarrolla multitud de recursos de toda índole para que el lector disfrute.



Como ven hay bastantes libros que hablan de este tema en la LIJ. A todos ellos podríaos añadir otros muchos como El pequeño Edu no se aburre nunca, un libro para primeros lectores de Benni Lie (Juventud),¿Te aburres, Minimoni? la secuela del conocidísimo álbum de Rocío Bonilla (Algar), el ya descatalogado El monstruo se aburrede David Wood y Clive Scruton (Anaya), o la colección de viñetas de Liniers que se recopilan bajo el título Feliz, feliz aburrimiento (DeBolsillo).




Y sin más, les dejo que disfruten de esta tarde de sábado. Y si no saben qué hacer: tomen nota de los niños. Ellos siempre encuentran la manera de enseñarnos lo sencilla que es la vida.



Soñar bonito

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Para Alazne, única a la hora de dar las buenas noches

Que esto es una pesadilla no hay ni que decirlo. A pesar del brillo del sol y que la primavera irrumpe con fuerza, a muchos nos cuesta conciliar el sueño. Bien por exceso de descanso (todo el día en el sofá, ustedes me dirán…), bien por intranquilidad, la cosa se pone tiznada cuando hablamos de dormir.
Nunca nos hubiésemos imaginado en un escenario distópico de este calibre, pero la realidad ahí está. Montones de fallecidos, un sistema sanitario que se suponía eficaz totalmente desbordado, solidaridad y ambiente enrarecido a partes iguales, cifras falseadas, políticos y esbirros ninguneados por el sentido común y la ciudadanía... Sí, parece una película de terror.


Todavía nos quedan muchos días de una situación bastante insostenible y hay que hacer lo posible por, si no mantenerse optimista (el pesimismo también es una postura igual de válida para estos tiempos en los que cada gesto gubernamental anima todavía más a la incertidumbre), por lo menos estar descansados y que nuestros ritmos circadianos no se resientan más de la cuenta.


Pueden hacer lo que quieran. Limpiar de polvo la casa entera, corretear durante horas por dos metros de pasillo, atiborrarse a dulces de todo tipo, jugar a las chapas en la terraza, pintar toda la casa, e incluso coser mascarillas y construir respiradores (eso sí sería bueno). El caso es que su cuerpo les pida descanso y logren dormir plácidamente, que falta nos hace  soñar cosas bonitas durante estos días.


Que al cerrar los ojos se encuentren la caricia de sus hijos, que puedan besar a ese chico que conocieron hace un mes, que puedan tomarse una cerveza junto a los amigos, caminar hasta el cementerio para conciliarse consigo mismos y con los que han perdido, volver a sonreír… Porque más que himnos, canciones, consignas y otras penitencias instantáneas, lo que necesitamos es algo vívido que nos recuerde lo que tuvimos, lo que tendremos. Traerlo al hoy. Algo que sólo se consigue soñando, soñando aunque sea un poquito.


Y para ayudarles un pelín, les traigo una simpática "canción de cuna" de la mano de la siempre positiva Gracia Iglesias y el elegante Ximo Abadía. Editado por Flamboyant, No puedo dormir es un viaje hacia el sueño de la mano de diez ovejas que van pasando por la mente de su protagonista. Una pasta en la alfombra, otra se esconde tras la cortina, e incluso otra se sube a lo alto del armario, todo ello para conseguir que la niña alcance cierto sopor que entorne sus ojos.
Con las sugerentes y coloristas ilustraciones del ilustrador alicantino que acompañan esta pequeña colección de rimas, seguro que caen rendidos a los pies de Morfeo. ¡Pero ojo! No se olviden de lo que dice Alazne: sueñen bonito, a veces es lo único que nos queda para ser felices.

¡Feliz Día de la Literatura Infantil SIN CUENTOS!

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Hoy, 2 de abril, es el Día del Libro Infantil y Juvenil y cada uno tendrá que celebrarlo en su casa, junto a su estantería, hojeando su canon personal. No habrá bibliotecarias nerviosas que elaboren jugosas actividades, ni libreras entusiasmadas que nos recomienden tropecientos mil libros, ni siquiera maestros que hagan alguna lectura en voz alta. Si todo esto les pareciera poco les comunico que tampoco vamos a tener muchos cuentos en las redes sociales porque según un amplio sector de la industria literaria leerlos en las redes sociales vulnera los derechos de autor y conseguirá hundir este sector todavía más en la miseria. Así que: ¡Feliz Día de la LIJ sin cuentos!
Al principio, leyendo la iniciativa de Roger Olmos y cierto grupo de autores de LIJ (suya es la imagen y campaña de la portada), un servidor que vive ajeno a todos estos líos mediáticos, lo vio lógico y acertado, ¿no? Hay que respetar las ideas de los creadores y reconocerlas siempre que se pueda (un axioma bastante aceptado aunque para mí no esté muy claro, pues las ideas siempre se alimentan de otras anteriores, más todavía en la parcela de lo literario). Pero cuando me fui introduciendo cada vez más en el ajo y más interlocutores vertían sus opiniones,  la sangre me empezó a hervir. Tuve que leer cada cosa..., escuchar cada frase..., me pareció tal  el despropósito..., que aquí me tienen, dando candela.
NOTA INICIAL: esta polémica sólo atañe al género del libro-álbum, una tipología de libro que por su brevedad es ideal para un vídeo corto, el formato que su utiliza para su difusión en redes como Instagram o YouTube.



Siempre he dicho que si de algo adolece la Literatura es de caspa. Una caspa que se traduce en todo tipo de sabios y eruditos que sólo saben darse cera para aburrir a las piedras, así como de agentes que ofrecen unas alternativas de mediación lectora bastante tradicionales. Este escenario y como ya dije en ESTE POST, sufrió cierta revolución con los booktubers y bookstagramers (en breve también los booktokers, a los que por ahora no tengo intención de sumarme), un aire fresco que parece ser que molestó y sigue molestando.



No entiendo qué tiene de malo leer en una red social un libro, sobre todo cuando no existe un beneficio directo de ello (Me gustaría saber cuántos de estos influencers del libro españoles viven directamente de ello). Exhiben el libro, lo tratan convenientemente, generalmente hablan de los autores, del título, de la editorial. Conozco poca gente que se dedique a los libros y que no respete al objeto ni a quienes le dan vida. Todo lo contrario. 
Que lean esos libros no quiere decir que no deban actuar desde la decencia y pidan permiso en la medida de lo posible cuando vayan a leerlo en las diferentes redes. Ni tampoco que si alguien se despista y hace de su capa un sayo, haya que llamarle la atención personalmente (que parece que todos somos iguales y no...). Pero esto de pedir permisos a troche y moche no me parece nada operativo. Por ejemplo yo, que trabajo con un volumen bastante grande de libros al año, no voy a ir escribiendo a todo quisqui (si no, no reseñaría nada) y asumo que cuando tengo contacto con cierto autor o editorial del ramo tengo libertad para mostrar su trabajo en redes. (N.B.: Y si no es así, espero sus misivas para actuar en consecuencia).



Tampoco veo nada malo en las libres interpretaciones que se hacen de ellos, pues cualquier narrador lo hace en su repertorio. De una forma o de otra el libro se enriquece y aunque hay versiones mejores y peores, la historia siempre está ahí. Es más, hay algunos de estos bookstagramers a los da mucho gusto escuchar. Cuentan mil veces mejor las historias que narradores profesionales que solo motivan a cortarte las venas.



¿Qué pasa? ¿Qué las redes sociales tienen más alcance? Discrepo un poquito en este punto ya que excepto casos contados, el público de estos vídeos suele rondar los 30-50 espectadores, algo muy similar a lo que viene siendo una sesión de cuentos en un centro escolar o un centro cultural. No obstante y aunque suceda soy de los que abogan por la difusión masiva para dar a conocer la Literatura Infantil al público en general. ¿O acaso algunos pretenden que esto de los libros infantiles sea un club exclusivo? Mal vamos entonces…



Hablemos de lo emotivo. ¿Ustedes se creen que yo, como lector y coleccionista de álbumes, voy a ver alguno que me llame la atención en las redes sociales y no voy a acudir a mi librería favorita para adquirirlo? ¿Acaso se aprecian las ilustraciones del mismo modo sobre el papel que en la pantalla? ¿Acaso puedo hacer una lectura reflexiva a través de mi móvil?... Por favor... Y a quienes me digan que estos mediadores desvelan el misterio narrativo desde sus pantallas y hacen que el libro pierda esencia les diré que yo jamás compro un álbum sin habérmelo leído antes, bien en una librería, bien en una biblioteca.
Como última consideración  sobre estas lecturas quiero hacer partícipes a autores y editores de un hecho impepinable que parece ser que no han tenido en cuenta. En las redes sociales el verdadero producto no son sus libros, ni la ropa, ni la gomina, ni las uñas de gel, ni los ingredientes de un pastel, el producto son las personas que desarrollan su actividad en esa parcela del cibermundo y su forma de relacionarse con sus seguidores, por lo que no sé quién debería pedir permiso a quién (Les dejo la respuesta a su albedrío).



Ayer me dijeron “Román, define este circo con tres palabras” Y yo, muy bienmandao dije “monopolio”, “torpeza” y “desprecio”.
Empezamos con el monopolio. Y es que algunos ven amenazada su parcela de poder cuando se les descontrolan los lectores. Funcionan como los políticos que sólo saben actuar en situaciones cómodas. Cuando la cosa se pone tiznada, tiran de leyes y otras cuitas del mundo reglado para amenazar y vilipendiar a todo el que se salga de parva. A mí lo que me demuestran es miedo, ese miedo infantil que muchos traducen a cuentos, unos libros que hablan de hermanamiento, solidaridad, respeto y mil facetas más de ese discurso políticamente correcto y desvirtuado que luego se niegan a practicar. Porque no sólo lo deberían haber agradecido, sino que se deberían haber sumado a la iniciativa, más todavía en este tiempo tan necesario en el que toda belleza es poca.
Torpeza porque están sometiendo sus creaciones a una invisibilidad manifiesta mientras que otros autores y editoriales están aprovechando el momento para dar cabida en las redes (las plazas del pueblo actuales) a otras obras de la misma calidad o quizá peores. Si además tenemos en cuenta que nos vamos a tirar unos cuantos meses sin podernos reunir en ferias del libro, librerías y bibliotecas, y que el mercado de novedades va a estar parado hasta el curso que viene como mínimo, más les valdría ensalzar sus títulos a condenarlos al olvido. Eso sí, olvidados muy dignamente...
El desprecio me parece lo peor de esta tríada. El desdén con el que se está tratando al público, su público -porque no olvidemos que la mayor parte de esas personas que cuentan en las redes son los compradores potenciales de sus productos-, pone de manifiesto una clara superioridad ¿moral? edulcorada con cierta condescendencia que llega a su culmen con lo selectivo y la discriminación (tu sí puedes contar mis libros, tu no, tu sí, tu no…) donde el clasismo es asqueroso. Vamos, que componente humano, cero patatero.



Siento avivar las llamas de una polémica que al principio se me antojó bastante insípida y que se hubiera zanjado con un poco de sentido común por ambas partes, una postura que hay que agradecer a otros autores y editoriales mucho más comprensivos durante unos días en los que altruismo y filantropía son más necesarios que nunca.
Más que nada, porque si no lo hacemos, unos y otros veremos pronto el declive de la LIJ. Porque este conflicto que ha pasado estos días, y si me apuran anecdótico, no es ni más ni menos que un signo de lo contaminado que empieza a estar un ecosistema lleno de intereses. Dios, ese que ha hecho poco acto de aparición estos días oscuros, no quiera que la visibilidad que durante los últimos años tenían los libros para niños acabe en saco roto y acarree una pérdida de oportunidades para todo el tejido que la envuelve y abriga.



Hans Christian Andersen, el genio de la Literatura Infantil que nació tal día como hoy hace 215 años, escribió ¿Pero no deberíamos todos nosotros en la tierra dar lo mejor que tenemos a los demás y ofrecer lo que esté en nuestro poder? Por ello les animo a encarar este Día de la Literatura Infantil y Juvenil con algo de generosidad. Porque las guerras son compartidas, y si son al calor de los cuentos, mucho mejor.

Todas las imágenes que acompañan a esta entrada excepto la de portada pertenecen al perfil de Instagram de los monstruos.

De siestas y libertad

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Domingo de ramos (o eso creo). Casi las cuatro de la tarde. El sol luce ahí afuera y nosotros, enjaulados. Qué rara es la vida... Te sientas en el sofá y miras por la ventana cómo mece la brisa las hojas recién traídas. Piensas en la libertad, en lo que harías. Quizá si fuera otro tiempo ya estarías roncando sin tantos anhelos. ¡Qué rara es la vida! Tanto o más que el ser humano…

Abre brazos como alas,
respira profundo,
hondo,
siente el olor de la brisa
y ya eres viento tú solo.

***

Buscas un libro, lo abres,
lees la historia de adentro,
y en cuanto no te des cuenta,
terminó la siesta, ¡tiempo!

Cecilia Pisos.
En: El libro de los hechizos.
Ilustraciones de Noemí Villamuza.
2008. Anaya: Madrid.



Grandes figuras de la ilustración LIJ (XXIII): Tomie dePaola

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Thomas Anthony “Tomie” dePaola nació en Meriden, Connecticut (Estados Unidos de Norteamérica) en 1934, cerca del final de la Gran Depresión. Sus padres, Joseph y Florence dePaola, eran de ascendencia irlandesa e italiana (los abuelos eran originarios de Calabria, lugar donde más tarde ubicaría su conocido álbum Strega Nona). Tuvo un hermano, Joseph (apodado Buddy), y dos hermanas, Judie y Maureen.
Creció durante la Segunda Guerra Mundial, antes de que la televisión sustituyera a la radio en los hogares estadounidenses (dePaola dijo en alguna ocasión que se consideraba afortunado por este hecho y escuchaba los sábados por la mañana el programa Let’s Pretend). El hecho de que su madre fuera una lectora voraz y pasara muchas horas leyendo en voz alta para él y su hermano, fue uno de sus acicates a la hora de crear historias. Además, dePaola tuvo muy claro desde bien joven que quería ser artista, anunciándole a su maestra a los cuatro años que cuando creciera iba a hacer ¡álbumes!
Una anécdota que  recordaba con mucho entusiasmo ocurrió la navidad de 1943, en la que recibiría “pinturas, pinceles, lápices de colores, todo tipo de libros de instrucciones, acuarelas e incluso un caballete” como regalos navideños.
Tal era su interés en ser artista que durante el segundo curso de secundaria (aún faltaban unos cuantos) escribió al Instituto Pratt de Nueva York para averiguar qué clases debería tomar para prepararse para la prueba de acceso. En 1952 ingresó allí obteniendo el título en 1956.


Después de graduarse, dePaola ingresó a un monasterio benedictino en Vermont, donde permaneció durante seis meses. Durante aquel periodo reconoció haber “solidificado algunos valores espirituales profundos, no sólo los religiosos” al mismo tiempo que siguió formándose ya que dicha congregación estaba muy involucrada en el arte y la cultura. La relación con el monasterio en particular y el mundo religioso en general continuó a lo largo de los años. Además de crear arte litúrgico para diferentes iglesias como la abadía de Glastonbury (Hingham, Massachusetts), diseñó telas y tarjetas de Navidad encaminados a iniciar un pequeño negocio dentro del monasterio en el que había vivido.


En 1962 comenzó su carrera como profesor de arte en el Newton College of the Sacred Heart en Massachusetts. En 1965, dePaola ilustró por primera vez el libro de ciencia de Lisa Miller, Sound, que pertenecía a la serie Science is what and why de la editorial Coward-McCann, y al año siguiente, ilustró el primero de sus propios libros, El maravilloso dragón de Timlin (editorial Bobbs-Merrill).


En 1967, viajó al oeste para enseñar en San Francisco College for Women. Mientras estuvo en California, obtuvo una maestría en bellas artes en el Colegio de Artes y Oficios de California en 1969 y una equivalencia doctoral un año después en el Lone Mountain College. Durante aquella estancia se concienció sobre los problemas de las mujeres, así como se contagió del espíritu pacifista.


DePaola se mudó de nuevo a Nueva Inglaterra en la década de 1970 para enseñar arte en el Chamberlayne Junior College de Boston de 1972 a 1973. De 1973 a 1976 trabajó en el Colby-Sawyer College de New London, New Hampshire, como profesor asociado, diseñador y director técnico en el departamento de discurso y teatro, y como escritor y escenógrafo y diseñador de vestuario para el Proyecto de Teatro Infantil. Más tarde (de 1976 a 1978) enseñó arte en New England College en Henniker, New Hampshire.
En 1978, dePaola decidió retirarse de la enseñanza a tiempo completo para dedicarse a escribir e ilustrar libros, una decisión muy acertada que se vio recompensada con más de 270 títulos traducidos a más de 20 idiomas y 25 millones de copias vendidas en todo el mundo de los cuales algunos han sido llevados a la pequeña pantalla o han sido leídos por él mismo en los programas de Jim Henson.
De su vida privada poco sabemos, tan sólo un breve matrimonio durante los años 60 y que mucho más tarde, en el nuevo milenio, reconocería su homosexualidad. En una entrevista a The New York Times Magazine el año pasado dijo no haberlo hecho antes por miedo, aduciendo que "Si se supiera que eras gay, llevarías una gran 'G' roja en el pecho y las escuelas ya no comprarían tus libros.”


Ilustración para la cubierta de The Horn Book (Mayo, 2015) donde aparecen Maurice Sendak, Arnold Lobel, James Marshall, Remy Charlip, and Tomie dePaola

DePaola también mostró su trabajo ampliamente en numerosas exposiciones individuales y colectivas, tanto a nivel nacional, como internacional, entre las que destacan las dos que se celebraron en 2013 y 2014 en el Colby-Sawyer College, tituladas Now(“Ahora”) que celebró su 80 cumpleaños, y Then (“Entonces”)en la que se mostraron sus primeros trabajos durante sus años de formación en el Instituto Pratt y la influencia que Fra Angelico, George Roualt y otros tuvieron en su obra.


Tomie dePaola ha recibido una gran cantidad de premios entre los que destacan el segundo puesto de Medalla Caldecott de 1976 con Strega Nona, el Premio Boston Globe-Horn Book de 1982 (The Friendly Beasts: An Old English Christmas Carol), el Premio Golden Kite  de 1987 (What the Mailman Brought), la Medalla Newbery del 2000 por su serie 26 Fairmount Avenue y otros muchos. Además, fue nominado para el Premio H. C. Andersen en la categoría de ilustración en 1990.
Murió el 30 de marzo de 2020, en Lebanon, New Hampshire, debido a las complicaciones surgidas de la operación quirúrgica a la que fue sometido tras una caída en su estudio.


Y ahora, su obra.
En la mayor parte de la obra de Tomie dePaola podemos encontrar unos puntos comunes, una especie de pilares que sustentan sus libros.
En primer lugar destaca el sentimiento familiar, uno que hace muy poderosos algunos libros de un autor que se aferra a las raíces. Podemos citar Strega Nona (pueden encontrar alguna edición antigua de Everest, pero ya está descatalogado), para mí una de sus mejores obras, en las que además de rendir un claro tributo al lugar de origen de sus abuelos, Calabria, se inspira en la figura de su abuela para dar vida a una hechicera temperamental y entrañable que protagoniza esta serie de libros y que trasciende al tiempo en los pequeños lectores. Un personaje mítico de la Literatura Infantil basado en un personaje real


El segundo es Nana de arriba, nana de abajo (SM) que está basado en la muerte de su abuela y bisabuela en un pequeño intervalo de tiempo. Es un libro que trata la muerte de los ancianos desde un prisma conciliador donde los recuerdos y el cariño pesan mucho en el proceso de duelo que atraviesa el protagonista, aunque también hay momento vitales tan duros como humorísticos en los que el niño pide ser atado a la silla como su abuela, una situación que familiariza al niño con la enfermedad de la anciana.


Uno título complementario del anterior es Un pasito… y otro pasito (Ekaré) en el que Bobby tiene y su abuelo, Bob, a quienes les gusta hacer muchas cosas juntos. Sin embargo, cuando el abuelo sufre un derrame cerebral, Bobby lo ayuda a aprender a caminar nuevamente. Con unas ilustraciones en tonalidades azules y marrones, la historia se presenta tranquila y sencilla, algo que para hablar de un tema tan difícil se agradece enormemente.


En Watch out for the Chicken Feet in Your Soup (inédito en castellano), dePaola también se basó en la “rara” costumbre de su abuela (entrecomillo porque mi madre lo hace también) de echar las patas del pollo en el caldo de la sopa, para hablar de las vergüenzas familiares y de cómo las ven los demás, no sin olvidar el acento italiano de una protagonista con una clara obsesión por alimentar a todo el que pille (Italia y España ya saben que son primas hermanas…). Como curiosidad decir que en este libro dePaola incluye la receta para hacer muñecos de pan de su abuela al final.


Por último tendríamos el libro, inédito en nuestro país, The Baby Sister en el que cuenta los avatares del nacimiento de Maureen, una de sus hermanas.


La segunda característica en la obra de Tomie dePaola es el regreso a lo tradicional. Muchos académicos apuntan que uno de sus mayores logros es narrar historias de siempre desde una perspectiva moderna. Algo que se observa muy bien en Strega Nona, una historia sobre una olla mágica (recuerden a Propp) que, al recitar un pequeño conjuro, produce comida y cesa solo recitando otro verso. Todo se convierte en un desastre con la metedura de pata de un aprendiz que terminara por resolverse con una moraleja y mucho humor. Otra cuento popular italiano es Tony’s Bread, un libro que cuenta el origen del panetonne, que además tiene montones de referencias a la ciudad de Milan y a la cultura del pan, así como composiciones muy interesantes (portada y contraportada y la ubicación de los textos).



Continuando con este apartado apuntar a dos obras que, además de esta característica también exhiben el cariño por sus raíces irlandesas. Fin M'Coul: The Giant of Knockmany Hill, es un libro que recoge un relato de ambientación celta (esas filigranas, la calzada de los gigantes en Irlanda del Norte, el legendario héroe irlandés Cu Chulainn…) donde la figura femenina queda exaltada por la inteligencia de la mujer del protagonista y un humor fino que resuena en toda la historia. Y Jamie O’Rourke and the Big Potato, cuenta la historia de un gandul con la suerte de toparse con un leprechaun que le regala una semilla mágica de la que nace una enorme patata. En la línea de Strega Nona, esta circunstancia desata una situación bastante jocosa que se resuelve de una manera bastante simpática.


Para terminar con este punto tenemos Helga's Dowry: A Troll Love Story, una historia de apariencia tradicional que dePaola se inventó a raíz de un garabato en unos apuntes de sus clases en la universidad en la que una troll trabaja lo que no está escrito para conseguir su dote (si una troll no la tiene, está condenada a vagar eternamente).


La tercera característica de la obra de Tomie es su atención sobre los miedos infantiles y la ruptura de los estereotipos. "No me gustan los estereotipos ni los roles de género. […] Mi madre siempre cortaba el césped y mi padre cocinaba” dijo en cierta ocasión. Uno de sus libros más conocidos en nuestro país es Oliver Button es una nena, un libro de valores (quizá por eso sea tan conocido… ¡Ejem!... No digo más…) recién reeditado por Kalandraka que rompe una lanza por los estereotipos sexuales contextualizándolo en el universo escolar en la que Oliver, un niño al que le encanta la danza, tras ser objeto de las burlas de sus compañeros se enfrenta a la situación de una manera muy elegante y consigue la aceptación del resto.


Esa es la línea que también sigue La clase de dibujo (también existe una edición antigua de Everest), un relato de carácter semi-autobiográfico en el que dePaola presenta a la mayor parte de su familia y de paso nos hace partícipe de sus tempranos deseos de ser artista. Por otro lado da una vuelta de tuerca a la ficción y nos cuenta los miedos de un niño ante una discrepancia con su profesora de plástica (no recuerdo otro álbum en el que el autor vuelva al pasado para cambiar su propia historia en un escenario diferente y con una misma consecuencia: ser un artista).


Lo religioso también tiene cabida en la obra de un autor que firma obras como The Clown of God: An Old Story, una versión de la historia de Anatole France sobre el ascenso y la caída de un malabarista y el milagro que ocurre en su sorprendente actuación final ante una estatua de la Virgen María y el Niño Jesús. También citar en este apartado todas sus biografías de santos y vírgenes -Francisco de Asís, San Patricio, Santa Escolástica, San Benito o Nuestra Señora de Guadalupe- así como de otros episodios bíblicos, una pequeña colección de álbumes informativos en la que presta atención a las fiestas religiosas como la Semana Santa o Chanukah judío (My First Easter y My First Chanukah respectivamente), y su libro Quiet, donde recoge una profunda y mística relación entre el hombre y la naturaleza.




Por último hacer referencia a sus series Bill and Pete (existe una edición en castellano de Ekaré traducida como Memo y Leo) y The Barkers que hacen acopio de situaciones infantiles bastante familiares. No se nos puede olvidar su serie histórica, que bajo el título 26 Fairmount Avenue, la dirección de su casa de niñez en Connecticut, recoge una serie de episodios de la historia de los Estados Unidos como el huracán del 38 que asoló Nueva Inglaterra o el ataque de Pearl Harbour, así como episodios de su vida cotidiana como niño. También hay que citar The Popcorn Book, un libro informativo sin igual que se adentra en la historia del maíz de las palomitas, sus características, su conservación y la elaboración de este alimento tan popular cuando uno va al cine.



Sobre el estilo de las ilustraciones de Tomie dePaola hay que decir que son suaves aunque marcadas por colores brillantes y un estilo casi primitivo. Dan buena cuenta de su interés por el teatro las imágenes que con frecuencia parecen escenarios, como las de Strega Nona o Tony’s Bread.
Sus personajes se centran mucho en el elemento facial más que en el movimiento de la figura. Expresiones donde ojos, narices, boca y el cabello casi siempre despeinado de los protagonistas estimulan la visión de un lector que se refleja en ellos. Con claras influencias por la pintura del románico y el arte popular, y fijándose mucho en los detalles y como enriquecer los textos, Tomie consideraba que su estilo había evolucionado mucho en los últimos años, aunque siempre lo definió como “muy simple y directo” ya que necesitaba ser honesto porque “los niños exigen honestidad y reconocen la impostura."
Y con esto y un bizcocho sólo me resta decir que Tomi dePaola siempre me ha encantado (por si no se habían enterado) y que es de esos autores que todo lo llena de una exuberancia tranquila pero que rebosa alegría y paz, que bien mirado, es mucho, demasiado.  Descanse en paz.



Este artículo se ha elaborado con diferentes entrevistas concedidas a The Horn Book, The New York Times, The New England Journal of Aesthetic Research, así como la biografía recogida en Major Authors and Illustrators for Children and Young Adults. 2002. 2ª ed., 8 vols. Gale Group.


De la constancia

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Mientras muchos pasan los días quejándose amargamente de lo cuesta arriba que se les está haciendo la cuarentena, otros empezamos a dar gracias por esta reclusión obligada. No es que yo esté a favor del encierro (¡Ojo! Con lo gambitero que soy yo, ¡faltaría…!), pero sí que he encontrado un punto medio a caballo entre lo productivo y lo positivo de estos días en casa… He limpiado a fondo los más recónditos lugares de mi hogar, he ordenado los libros (por orden alfabético tomando como referencia el primer apellido del primer autor, que siempre hay algún curioso que me pregunta estas cosas) y me he puesto al día con muchos menesteres que llevo en ristre. Le he llegado a decir a algún amigo que hay días en los que siento que me faltan horas para terminar todo lo que me planteo desde bien temprano (aviso de que yo madrugo a pesar de la situación).


Una de las cosas que decidí retomar esta cuarentena fueron los lápices y los pinceles. Aunque había hecho el amago de llenar la paleta de pintura y preparar algunos cartones (es mi soporte favorito aunque reconozco que lo mejor es el lienzo), no me había dado por hacer cosillas aparentes, más que nada porque pintar requiere su tiempo, y si es al óleo y sin secantes de por medio, más todavía. Es por ello que imaginándome que esto iba para largo y que tenía la terraza acondicionada (que el aceite de linaza y la trementina no se llevan bien con interiores habitados), me puse al lío.


Hasta hoy no se pueden ver muchos resultados, sólo un par de bocetos a lápiz, algún divertimento sobre un bloc y cuatro pinceladas (no se preocupen que en cuanto tenga algo definitivo lo publicaré en mi cuenta de Instagram), pero sí me he percatado de que, como cualquier otra disciplina, la pintura requiere de práctica. Que si la abandonas una temporada, es una tarea complicada regresar al punto en el que la dejaste aparcada. Pierdes la perspectiva, el punto justo con las mezclas, decidir la composición… Una vez más te vuelves a caer del guindo, te retrotraes a la niñez y descubres que hay pocas destrezas innatas en esta vida.
Por este motivo me he acordado de un librito que se publicó a finales del año pasado y que contiene la esencia de lo que les cuento. Les hablo de El encargo, un álbum de Claudia Rueda (editorial Océano Travesía) que cuenta la historia de un emperador que le pide a un famoso pintor el dibujo de un gallo. Pasa el tiempo y el emperador, deseoso por saber cómo va el desarrollo de su encargo, envía algunos ojeadores hasta la casa del pintor que siempre regresan con las manos vacías. Harto de esperar, el emperador decide ir él mismo hasta allí y ver qué es lo que sucede con la dichosa pintura.


Claudia Rueda narra magistralmente una parábola de corte oriental sobre la importancia de la paciencia y la profesionalidad que, aunque contextualizada en el panorama de lo artístico (me recordó a Antonio López y su famoso retrato de la familia real), puede extrapolarse a diferentes situaciones de cualquier oficio. Y por favor, no dejen de impresionarse por todas y cada una de las ilustraciones que llenan este cuaderno de artista con un claro objetivo: animarnos a dar lo mejor de nosotros aunque ello conlleve esfuerzo y constancia.

La ciencia ¿no? es cultura

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A tenor de esta situación en la que los llamados agentes culturales han echado la persiana en las redes durante hoy y mañana para llamar la atención sobre su delicada situación, a un servidor (que se guarda su opinión al respecto… no más polémicas, pliz) le ha dado por reflexionar si la ciencia pertenece a la llamada “cultura”.
Tras esa pregunta muchos se han lanzado a decirme que “¡Claro! La ciencia es esencial para el pensamiento” y yo, que soy bastante de Perogrullo les he dicho que si médicos, enfermeros, químicos, biólogos, farmacéuticos y técnicos se unieran a esta huelga, la llevarían clara todos los miles de enfermos que hay estos días en los hospitales (Aunque tampoco crean que hoy por hoy lo llevan mucho mejor teniendo en cuenta la falta de TODO con la que están actuando los gobernantes).
Hubo un tiempo en el que las personas cultas se preocupaban por empaparse de montones de áreas y no son pocos los casos de pensadores que estaban al tanto de los hallazgos y avances en diferentes áreas científicas y tecnológicas. Desde la Grecia antigua hasta la Ilustración se pueden encontrar ejemplos de científicos-humanistas y viceversa.
Todo cambia con el sentimiento romántico y otros ismos del siglo XX, en los que los binomios ilustrados naturaleza-humanidad, felicidad-utilidad, libertad-igualdad o razón-ciencia que tanto ensalzaron el progresismo, el modernismo y la democracia política se fueron al traste, siendo desplazados por otros. Así es como el idealismo y el irracionalismo se abren camino durante el pasado siglo, y sigue aumentando un gran sentimiento tecnófobo gracias a los acontecimientos de las dos guerras mundiales y los desastres ecológicos, que llega hasta hoy con el subjetivismo posmoderno imperante que ridiculiza a la ciencia como una mera sierva de los sistemas. Resumiendo –que me pongo muy intenso-, que la ciencia y la tecnología son instrumentos, mientras que las humanidades nos nutren el alma (¡Ay, si algunos les dijeran esto a todos esos que fabrican respiradores…!)


Por otro lado tenemos el mito de la erudición humanística. El mundo de la “cultura” sabe de todo. De vacunas, de peplómeros, del bosón de Higgs, de dinámica de fluidos, de álgebra y de tierras raras. Sabe de tanto que eleva ese eclecticismo al conocimiento absoluto (Por eso nuestro ministro de sanidad estudio filosofía y lleva ejerciendo como político desde los 21 años). Sin embargo, los de ciencias sólo podemos saber de ciencias, porque claro, esa es la “ley ontogenética cultural”… Otro paradigma asentado sobre el humanismo que hace aumentar todavía más ese anticientificismo que cunde en la sociedad y disminuye la visibilidad del trabajo discreto que gente del ecosistema científico realiza en sus ámbitos.


Para terminar hablemos de entretenimiento y espectáculo. Por lo general, la “cultura” siempre se restringe a lo humanístico pero generalmente desde el prisma del ocio, es decir, cualquier producto cultural que no se adscriba a esos términos, tanto como actor, como receptor, parece no ser cultura, véanse como ejemplo la filosofía o la legislación, ambas disciplinas más que humanísticas pero relegadas a un segundo plano. Algo parecido le ocurre a la ciencia, que como necesita de otro tipo de consumo, no entraría en esos parámetros definitorios (¿apropiación indebida?).


Y como no tengo bastante les he traído Porque sí, un álbum de Mac Barnett e Isabelle Arsenault, editado por Océano Travesía, un libro para que reflexiones sobre todo esto.
Es la hora de dormir y una niña, ya encamada, se dedica a lanzarle preguntas a su padre. Cuestiones como por qué el océano es azul, qué es la lluvia, o por qué las hojas cambian de color, se agolpan en la mente de una niña curiosa, mientras que su progenitor le da las más inverosímiles respuestas creando así un hermoso espacio poético en torno a la hora del sueño.
Cabe destacar tres cosas. La primera es un título que se refiere a la típica frase de los padres cuando los hijos les hacen preguntas cuyas respuestas desconocen, y que establece un juego disyuntivo con el corpus central del libro, pues este padre sí ofrece soluciones muy imaginativas a su hija. La segunda se refiere a la estructura que responde más a la del álbum informativo que a la del de ficción, y sobre la que destaca el juego de colores entre preguntas y respuestas. Por último llamar la atención de la escena en la que se ve completa la habitación de la niña (los grandes círculos de colores con preguntas desaparecen para dar paso a otro enigma) y que nos da numerosas pistas sobre sus aficiones.
Ahora bien, aunque es cierto que el libro desprende un momento tierno y evocador en el que trasciende lo estético, también hace un flaco favor al despertar científico ya que antepone lo literario al conocimiento empírico, algo de lo que he estado hablando en los párrafos anteriores. El álbum es precioso, no lo voy a negar, pero como he echado de menos un apartado final en el que se dé respuesta a todas las preguntas que se recogen en él (hubiera estado genial aunar esas dos parcelas), esta tarde, teniendo en cuenta que de ciencia sí podemos hablar (no somos cultura, ironías y paradojas aparte), responderé algunas en la cuenta que los monstruos tenemos en Instagram para todos aquellos que quieran conocer las basadas en la evidencia.
¡Y feliz viernes santo!

¿Valientes? ¿Para qué?

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En tiempos de coronavirus nos piden que le echemos agallas, que luchemos esta batalla, que no cejemos en el empeño, porque pronto obtendremos nuestra recompensa… Y yo atónito, me pregunto “¿Qué premio será ese del que tantos hablan desde sus púlpitos televisivos?” Parece que un día de estos van a organizar una rifa (espero que sea de puestos de trabajo), o lo que puede ser todavía mejor, condecorarnos uno a uno como en la antigua URSS (lo harán con chapas de Mirinda, porque si no…).


Me surge una segunda pregunta “Y esa condescendencia ¿dónde la habrán mamado?” Resumiendo, se han creído que vivimos en los mundos de Yupi y pueden extrapolar el lenguaje deportivo (Se habrán fijado que esto del COVID-19 cada vez se parece más a un partido de fútbol) a este mal sueño. ¡Capullos, que esto no es ficción y nosotros no somos guerreros ninja!


Sí, se habla de héroes y bajas, de guerra y calma, de armas y guerreros…  Y lo cierto es que esto tiene mucho de triste y poco de épico. Y si así fuera, me llama mucho la atención que se hayan extrapolado los papeles en esta contienda, y que nosotros, soldados rasos sin más recursos que nuestro pellejo, somos quienes debemos entrar en combate, mientras que ellos, poderosos, se limitan a constatar embriagados por las mieles cómo se amontonan los cadáveres sobre el terreno -aunque bien mirado es lo que siempre ha pasado-.


Por ello, como buen recluta que soy, les informo que mientras me hago consciente de mi/nuestra mala suerte, me voy a entregar a mis más bajas pasiones (esas no se confiesan, que les veo muy escandalizados y no quiero que me amenacen con fragmentos literarios).


Y para despedirme, nada mejor que encaramarse a la estantería y coger entre las manos un libro simpático. Así es como llegamos a Max el valiente, un álbum de la serie del siempre genial Ed Vere (editorial Juventud) que se burla de esos excesos de inocencia y valentía que cometemos los seres humanos por ignorancia. Y es que Max, este gato que no gusta de la comodidad y los mimos innecesarios, no tiene ni la menor idea de qué es un ratón. Y así pasa, que termina engullido por otro de los personajes tan queridos de este autor.
Mientras les dejo que disfruten de esta colorida historia con sabor a sketch, se fijen en detalles que ayudan a seguir el hilo conductor (¿Donde está la mosca, aquí o aquí?), averigüen qué personaje es y de paso se marquen unas risas con las disyunciones y descontextualizaciones, sólo me queda advertirles que, como bien dice nuestro protagonista, no siempre hace falta ser valiente. Que para eso están los generales.



Aprobado general

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Enchufo la tele y nos comunican desde la “Bananian Republic of Spain” que el resumen de este curso escolar debe ser “aprobado general”. A pique del síncope, exclamo “¡Madre mía! ¡El fin del mundo y yo con estas pintas…!” Hago lo posible por deshacerme de unos rulos que no salen ni a tiros, engullo el último panecico de Semana Santa, y me entra la risa floja. Suena el teléfono, lo cojo con cierto tembleque. La Marimar al aparato.


-¿Dónde vas, chalao? Relájate un poquito.- Le hago caso porque ella es tan pelleja como clarividente.- ¿Ya, mangurrián?
- Ay, sí… Es que me he quedao con las patas vueltas… ¿Pero dónde tienen la cabeza?
- Ay, cari, yo no sé para qué les haces caso, si esto es lo que están deseando. ¿No ves que su único fin es tirar dardos? Dividirnos. ¡Seguir funcionando! Con lo que tú has sido y no caigas…
- Nena, que llevamos un mes que no vivimos... Cuando no es por el coronavirus es por el Google Classroom.
- Mira, hazme caso. Respira hondo, échate un buen copazo y disfruta del espectáculo. Todos sabíamos que nos iba a pasar como a los médicos. Primero que si queríamos vacaciones, ahora que si nos estamos pasando. Y ellos siguen con su tole tole: vendiéndonos barato.


- Pero mujer, y mis criaturas, ¿qué?
- Ya sabes que ellos son lo de menos. Que se lleven las ostias y se aguanten, que para eso son ciudadanos de cuarta.
- Mari, joder…
- Román, que te lo digo yoooo… No te calientes la cabeza. ¿Todavía no te has enterado que niños y jóvenes no le interesan a casi nadie? No los quieren en su casa, tampoco en la calle. Que si dan mucha faena. Quejicas, inútiles, problemáticos… Eso sí, ¡que no repita mi Yony!  
-¡Estoy contigo! Ni que la repetición fuera el acabose… Mira la Jose y el Juli, dos veces repitieron, la una en la empresa de satélites y el otro ingeniero informático. Si hasta mi orientadora dice eso de “Esta cría necesita madurar…”
-Ellos verán… Nosotros a cumplir, que si no luego nos chumban a la federación de chiripitiflaúticos y a la comuna Montessori… Los peores ya sabes quienes son... Esta cuarentena no saben ni dónde meterse ni como malcriar a sus hijos. Que si cuántos deberes NOS manda la maestra, que si SE ME dan muy mal las mates, que si no respeta NUESTRAS vacaciones… ¿Tú te crees, cari? ¿A su edad ponerse a hacer “cículos”? Qué ganas de reinar… Recemos porque los pseudo-comunistas estos se inventen los gulag para padres.


- Yo es que no lo entiendo. Y que manía de comparar la primaria con la secundaria... Los nuestros ya son grandes y autónomos…
- Sin pagar cuota. Aunque a este paso...
- Eso... que vaya ruina... Los pequeños con un poco de vigilancia también se las ingenian muy bien solos. Todos sin problemas y con tiempo para matar moscas con el rabo. ¿Por qué los tratan como inútiles?
- Pues no, nene…, aún tienes que oír que el teletrabajo son los padres.
- ¿Acaso es que no íbamos a considerar la situación actual? ¿Acaso somos ogros malvados? Sabemos de las carencias de cada uno, de los padres que pueden y los que no…
- ¡Ay, si es que tú eres mu’ bueno y mu’ bienpensao!
- Bueno, no demasiado (que tengo mis triquiñuelas), pero justo, un rato. Que eso de que los gandules y los jetas se salgan con la suya, lo llevo fatal ¡Que con los que se meten a políticos, ya tenemos bastante!
- Ea… Yo sólo te digo que te prepares y te aprovisiones de una caja de Jaggermeister®. Que si todavía no te has dado a la bebida, ya tendrás tiempo, porque aquí, la que no es puta es diminuta, y nosotros vamos camino de serlo este verano, o lo que es peor, el curso que viene.
- Más razón que un santo… Nenica, tenemos que vernos.
- A ver si voy al centro de salud, me rajo las venas en la sala de espera, se apiada de mí algún sanitario y me hacen el test de inmunidad.
- Eso, que decimos de la escuela, pero lo de la sanidad, vaya tela… ¡Ni con aplausos!
- Román, no hay solución. ¿Es que no sabes que ahora resulta que todo el mundo sabe hacer pan? Pues lo mismo pasa con sanar y educar.


Todas las imágenes que acompañan a esta entrada pertenecen al libro Mamá va al cole, de Éric Veillé y Pauline Martin, editado en castellano por Blackie Books.

#Quédateencasa Y SÉ PRODUCTIVO

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Cómo es la vida… Mientras algunos viven agobiados en sus casas por la falta de actividades productivas o en su defecto distractores, otros no damos a basto para hacer montones de cosas. Unos se pasan el día teletrabajando, cuidando de sus hijos, estudiando alguna asignatura pendiente, cocinando, colocando sellos o leyendo todo lo pendiente, y otros se pasan el día quejándose del aburrimiento, bacineando en las redes sociales o arrastrándose en el sofá como verdaderas sierpes. ¡Qué mal repartido está el mundo!





Creo que más de uno debería hacer autocrítica constructiva y admitir que tiene menos mueve que una piedra. Ahora me dirán que no, que no son macetas, floreros ni armarios, que ustedes le ponen mucho empeño a disfrutar de la vida y tienen multitud de intereses, cuando lo único que saben hacer es rascarse primero un huevo y, tras unos minutos, el otro. Y claro, así pasa, que terminan pronto sus quehaceres. No me vengan conque tanto tiempo encerrados les aboca a la desidia, que ya me sé la cantinela.





La razón más plausible es que en este país, como en otros, el entretenimiento, aparte de estar fuera de casa, muchos lo asocian con los bares. Y claro, así nos va, que nos encierran y estamos perdidos. Mientras en otros países (véase los nórdicos) están acostumbrados a desarrollar gran parte de la actividad en el interior de las viviendas, nosotros, animales de sol y calle, nos hemos hundido como el Titanic.





¿Todos? No, todos no. Hay algunos profesionales que, acostumbrados a trabajar en sus casas, no han sufrido sustancialmente este gran cambio. Un ejemplo lo tenemos en todos los ilustradores que nos acompañan en esta entrada de hoy (piquen sobre sus nombres y disfruten de sus perfiles en Instagram). Incluso algunos de ellos me comentan que, a pesar del agobio y la claustrofobia, necesitaban este tiempo extra para dar forma a proyectos aparcados u olvidados.







Se lo he dicho una y mil veces: aprovechen este “regalo”. Sáquenle rentabilidad, véanlo como una oportunidad para cambiar sus hábitos, para internarse en universos inexplorados, para desarrollar sus inquietudes, y sobre todo, su curiosidad. Dejen las series, la tele a la carta (yo no sé cómo no se quedan ciegos con tanta pantalla) y sumérjanse en algo nuevo. En el yoga, en la escritura, en la fotografía, en la papiroflexia, en la pintura, en la economía, en la jardinería, en las restauración, en la arquitectura… Y no me vengan con que no hay maestros ni materiales. No quiero que pinten la Capilla Sixtina ni que construyan el Taj Majal. Sean creativos y busquen una pasión de puertas hacia adentro. Todo es posible EN CASA.




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