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Channel: Donde Viven Los Monstruos: LIJ
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Hablando de LIJ con... María Matesanz

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María Matesanz es de esas seguidoras que un día se atrevió a escribir a este monstruo y darle un poquito de cera (cosa que me hace mucha ilusión). Con el tiempo y esto de los libros infantiles, fuimos conociéndonos un poco más y me percaté de que tenía ante mí una mujer que era un filón, pues ella se dedica a la restauración de libros, muchos de ellos infantiles, un ámbito bastante desconocido y específico por el que me siento enormemente atraído. Es por ello que la he invitado a este hogar de los monstruos, para que nos hable de papeles, técnicas de restauración y formas de conservación. No se pierdan esta generosa entrevista, ni como lectores ni como editores ni como bibliotecarios. Es una delicia para todos los amantes de los libros.
Román Belmonte (R.B.): Para una restauradora de material bibliográfico, ¿qué tiene de especial este sitio de monstruos que lo sigues con tanta disciplina?
María Matesanz (M.M:): Llegué al blog por casualidad hace unos tres años buscando información sobre una colección de libros ilustrados. Leí una entrada, luego otra y otra más. Me enganchó completamente. Me resulta muy atractiva esa mezcla entre artículos de opinión y divulgación sobre LIJ entretenida y rigurosa. Se nota que te apasiona el tema y eso es contagioso. Por otro lado nunca sabes que sucederá cuando abres la página. Hay siempre un punto gamberro que me divierte mucho. A veces me río a carcajadas con las historias que cuentas y otras me gustaría responderte pero siempre acabo aprendiendo algo nuevo. He descubierto muchos libros gracias a ti y eso te lo tengo que agradecer.
R.B.: Las gracias te las he de dar yo por acceder a este destripe. Desembucha: ¿Cuál es el libro infantil más antiguo que has restaurado?
M.M.:Prácticamente la gran mayoría de los libros infantiles que tenemos provienen de producción editorial industrial de los tres últimos siglos, XIX, XX y XXI. Existen algunos ejemplares más antiguos del XVIII pero son obras mucho más escasas. Los libros más antiguos que he tratado serían de principios del XX, así que no tienen muchos años. Hay dos que son más o menos de la misma época y no pueden ser más diferentes. Uno es una mezcla entre un libro acordeón y una pêle-mêle editado por Kelloggs en 1909. (Kellogg's Funny Jungleland Moving-Pictures). Está ilustrado con animales de la jungla vestidos al gusto de la época muy elegantemente, elefantes con bombín, hipopótamos bailando en bañador y jirafas con pajarita y monóculo que te saludan. Cuando los despliegas.las páginas interiores están divididas en seis bandas horizontales que permiten combinar las ilustraciones. Era en un libro que te regalaban en la tienda cuando comprabas un paquete de cereales. Gustó tanto que lo estuvieron reeditando hasta 1930… Pensándolo bien creo que el más antiguo quizás sea uno de 1904. Fue la última intervención en la que participé cuando estuve en IPCE, un libro de consulta y estudio destinado a Alfonso XIII cuando era niño. Trata un tema muy denso sobre religión y monarquía que no se asocia en un primer momento a un libro infantil, pero utiliza recursos gráficos y pedagógicos muy interesantes y desde luego estaba destinado a un niño. Sería una especie de libro informativo para el infante. Es un manuscrito de gran formato de más un metro de un metro de alto por medio de ancho. Lo redactó un religioso en tela de dibujo semitransparente. Es un texto a cuatro colores que se distribuye por las páginas dentro de formas geométricas en diferentes direcciones conformando una especie de cuadros sinópticos. De ese modo el texto se fragmenta en diferentes partes facilitando su comprensión y puede leerse desde varios ángulos aprovechando sus grandes dimensiones. Es un libro muy particular.



R.B.: ¿Cuáles son los desperfectos más comunes en el ámbito de los libros infantiles?
M.M.: La mayoría de los daños más habituales son causados por un manejo inadecuado, intenso y repetitivo. De modo más amplio estos deterioros generados por la manipulación se podrían dividir según su origen en tres grandes grupos: daños causados el uso y desgaste habitual, daños causados por una mala manipulación, daños causados por errores en la fabricación. Estos dos últimos grupos se retroalimentan entre ellos, porque un problema en el montaje repercutirá casi irremediablemente en un mal uso posterior. Si el libro no abre bien por un error en su configuración, se tenderá a forzar la apertura provocando tensiones que si son muy intensas o reiteradas terminaran partiendo el cajo, que es la bisagra creada en la franja de unión entre las tapas y las guardas. Esta zona es la que sostiene el cuerpo del libro a la encuadernación y es un punto de ese armazón delicado. Hay partes de los libros o tipos de construcciones más susceptibles que otras a sufrir desperfectos. Las encuadernaciones que tienen los planos recubiertos de papel como ocurre en muchos de los libros infantiles, son más frágiles que las de piel o tela y se estropean mucho más con el roce. El área externa del lomo es siempre una parte muy expuesta, al igual que las zonas perimetrales de puntas y cantos. La cofia superior en los libros con lomo hueco es un punto especialmente sensible, ya que se tiende a tirar de esa zona al sacar el libro de la estantería. Luego pequeños o grandes daños mecánicos por desgarros, roturas, cortes, arrugas, pliegues, etc. También habría que añadir arreglos bien intencionados de los desperfectos con productos inadecuados.


R.B.: ¿Qué desperfectos son los más complicados de solucionar?
M.M.:Desde un punto de vista técnico aquellos derivados de la propia idiosincrasia del objeto tanto a nivel matérico, como estructural. Siempre se pueden tratar de prevenir los deterioros debidos a factores externos (ambientales, de uso y manipulación, por almacenaje, exposición etc.) con un poco de control de las variables externas que les afectan. Además estas prácticas suelen dar muy buenos resultados. Siempre hablo de medidas preventivas en primer lugar porque es básico, ya que si ponemos el énfasis en su conservación preventiva evitaremos tener que intervenir el bien o limitar la necesidad e importancia de los tratamientos de restauración.
Sin embargo cuando las alteraciones se producen por una causa endógena como resultado del propio formato del libro o debido a unos materiales de baja calidad o no adecuados, son más difíciles de tratar. Los libros que se elaboraron con pasta de madera se acidifican muy rápidamente porque tiene lignina y su vida útil es corta. Envejecen rápido y mal ya que esos procesos degradativos no se pueden parar. Otro ejemplo es el uso de ciertas tintas que pueden perjudicar el papel, como por ejemplo las metaloácidas que se empleaban desde la edad media hasta finales del XIX. Su carácter ácido provoca un deterioro progresivo del papel hasta llegar a destruir el propio soporte. También  encontramos encuadernaciones frágiles, incorrectas o mal construidas que reducen la funcionalidad o directamente dañan al libro. etc.
A nivel práctico, también hay que mencionar las manchas. Son muy complicadas de eliminar porque habitualmente necesitan de procedimientos agresivos y aún así solo es posible mitigarlas en ciertos casos. Si se pueden evitar mejor.
R.B.: En cierta ocasión me hablaste de un trabajo de investigación sobre la restauración de los libros pop-up, ¿qué tienen de interés para una restauradora como tú?
M.M.:Los libros móviles tienen mucho encanto. Son objetos complejos y divertidos, personalmente me gustan mucho. Desde el punto de vista de la restauración los aspectos más atractivos e interesantes de los libros móviles, es decir, su interactividad, su movimiento y su tridimensionalidad, son también los que hacen de su preservación un desafío. Dependen de la materia mucho más que otras piezas porque las experiencias que transmiten van ligadas a la forma. Si pierden sus propiedades mecánicas se evapora la magia y la esencia del libro. Además estas obras parten ya con un hándicap de base en lo referente a la conservación. El movimiento que los define produce un desgaste intrínseco del soporte material. Es decir que incluso un manejo correcto lleva implícito un desgaste importante de la obra de base. Esto sumado a la fragilidad de las arquitecturas tridimensionales que portan y a su uso intensivo supone todo un reto a la hora de conservarlos e intervenirlos.


R.B.: Una buena restauración de un libro infantil ¿consiste en dejarlo impoluto o sin embargo debe conservar ciertas señales de la larga vida de este libro?
M.M.: Si definiésemos una “buena restauración” según los criterios deontológicos actuales, conservaría marcas del paso del tiempo. Desde hace años se aboga por mantener visibles las huellas del uso, que al fin y al cabo es justo lo que has dicho, “las señales de la vida del libro”, ya que sólo se deberían llevar a cabo las intervenciones que sean estrictamente necesarias para alcanzar el equilibrio y la estabilidad del bien cultural.
Todo esto significa que las intervenciones de restauración-conservación buscan un resultado natural y coherente con la edad de cada pieza-libro no una vuelta al aspecto original. Siempre hay que valorar cada caso de manera individual para evitar restar información esencial para la obra. Imagina que en el libro que te comenté antes el rey hubiese anotado algo a mano o que tuviese la cubierta de tela original desvaída por el uso. Mientras no supusiese un problema para su conservación siempre se opta por mantener y no actuar sobre ese aspecto, el eliminar esa patina podría equivaler a perder una información valiosa sobre el objeto.
R.B.: Desde el mundo editorial actual, ¿se tiene en cuenta la larga durabilidad de un libro o por el contrario, os dificulta la tarea?
M.M.: ¿Me preguntas que si los libros que se fabrican están hechos para durar?
R.B.: Sí.
M.N.: Dependería un poco de lo que entiendas por larga durabilidad. En realidad no creo que deban tenerlo en cuenta más allá de fabricar buenas piezas con materiales de calidad. Los libros son objetos efímeros porque la materia de la que están hechos se deteriora con el paso del tiempo. Hay que aceptar su envejecimiento natural como parte de su idiosincrasia.  
También es cierto que salvo excepciones con respecto a los libros infantiles hoy en día no son tanto las técnicas de fabricación sino el manejo posterior el que determinará su duración. Esto no pasaba hace unos años, ¿quién no tiene en casa libros relativamente nuevos de hace 40 años o menos que están completamente acidificados, con todas las hojas amarillas, que da pena verlos aún cuando los hemos tratado con cuidado? Esto se debía, tanto al tipo de pasta de papel con lignina que se usaba entonces, como a los aditivos que le añadían y al blanqueo con productos clorados.
Como regla general te diría que sí buscan una cierta durabilidad, al menos en el caso de los libros de LIJ, ya que habitualmente usan papeles gruesos o incluso cartones en los que se tiene en cuenta el gramaje, el peso, la resistencia al doblez y su flexibilidad, más todavía cuando están dirigidos a los más pequeños. Piensan en la arquitectura del libro más adecuada y además las tintas de impresión que se usan son bastante estables a la luz.
No obstante, este mundo es tan amplio que habría que matizarlo, ya que depende mucho del tipo de libro editado. Esto de lo que hablo sucede en los álbumes ilustrados, libros móviles o los libros informativos, donde se prioriza el formato y su aspecto porque la parte estética es muy importante. Sin embargo, en otro tipo de publicaciones un poco más convencionales, a pesar de una edición atractiva, el formato no es la prioridad y quizás no utilizan unas materias primas tan nobles. . Colecciones en los que hay libros muy gruesos cuyas encuadernaciones no resisten ese volumen de páginas, encuadernaciones en rústica sin costuras, papeles de peor calidad, con gramajes menores... Te encuentras unos formatos más estándares que a veces no están pensados exclusivamente para un volumen en concreto y pueden presentar problemas estructurales.


R.B.: ¿Qué materiales y/o técnicas de impresión y encuadernación actuales os facilitan más el trabajo a los restauradores?
M.M.: Si nos centramos en la LIJ te puedo hablar de los materiales que no lo ponen fácil, que en general son los papeles estucados. Este tipo de soporte es por norma general muy sensible a la humedad y al agua, lo que nos limita la posibilidad de realizar tratamientos acuosos y lavar el papel (N.B.: Sí, el papel se lava y de hecho es un proceso que puede ayudar a regenerarlo).
Los papeles cuché o estucados se empezaron a fabricar a finales del siglo XIX y que se recubren con capas de carga mineral y adhesivos aglutinantes para que tengan ese aspecto brillante que mejora la calidad de la impresión, sobre todo de las ilustraciones. El resultado es un aspecto suave y muy liso donde las tintas suben más y quedan potentes. Es como si lo maquillaran con polvos de caolín y no tuviese poros. Si se mojan se produce lo que se denomina el efecto bloque y quedan pegadas unas hojas con otras, siendo prácticamente imposible el separarlas -imagina qué ocurre cuando se moja una revista…-. Aunque es cierto que ahora se añaden resinas sintéticas resistentes a la humedad, una gran mayoría de los libros infantiles se siguen imprimiendo en este tipo de papeles que, aunque son más atractivos son también más complicados de tratar.
Respecto a las encuadernaciones, las de tapa dura suelen ser más duraderas que las de tapa blanda o rustica, pero para mí es más relevante que el cuerpo del libro este compuesto por cuadernillos cosidos y no por hojas sueltas pegadas por el lomo. Este tipo de edición se denomina “a la americana”. Habitualmente se asocia con elaboraciones de libros a bajo coste y son mucho más susceptible de alteraciones. Es más sencillo que se desprendan hojas debido a que no hay costura que sustente el bloque de texto.
Aunque he comentado antes que las tapas cubiertas de papel son bastantes sensibles a los roces y al desgaste, hoy día suelen llevar incorporado el proceso de fabricación un material sintético que le proporciona un aspecto más brillante y mayor resistencia mecánica.  



R.B.: ¿Qué tipos de papeles, impresiones y técnicas son las más resistentes al paso del tiempo?
M.M.: La calidad y el tipo de papel han ido cambiando en las diferentes épocas. Entre el papel de trapos hecho a mano de los libros antiguos, y los papeles continuos, libres de ácidos y pH neutro, hay papeles de montones de calidades que son reflejo, tanto de la situación social y tecnológica, como del mercado al que va o iba destinada la publicación.
Los papeles más resistentes y estables en principio serán aquellos compuestos por celulosa, sin dirección de fibra y con ausencia de aditivos degradantes. Es el llamado antiguo papel de trapos, uno que se fabricaba manualmente desde finales de la Edad Media hasta el siglo XIX, cuando se inventó la máquina de papel continuo. Es de excelente calidad, muy estable químicamente y envejece muy bien, sobre todo los de la primera época. De hecho, muchos libros fabricados con él están hoy en mejores condiciones que la mayoría de los de los últimos dos siglos. Incunables con más de 500 años parecen nuevos al lado de un ejemplar de mediados del siglo XX.
Las tintas de impresión con base grasa que se utilizan actualmente son bastantes estables, pero en general dependen de la calidad de sus materias primas. El cómo envejecerán dependerá de muchos factores y no es posible predecirlo con absoluta precisión.


R.B.: ¿Cuáles son las mejores condiciones para conservar un libro, más concretamente un libro infantil?
M.M.: Aviso de que me voy a explayar (risas)….
R.B.: Te dejo por el bien de nuestros libros…
M.M.: Es una pregunta difícil porque, lo que a priori sería mejor para que se mantuviese en buen estado, implicaría que perdiesen su función y más si hablamos de libros que van a manejar niños. Yo creo que hay que usarlos mucho porque no son objetos de museo, pero intentar hacerlo con mimo y sentido común. Si se enseña a los lectores a tratarlos con respeto y a disfrutar al mismo tiempo de ellos. Si lo hacemos pueden ser casi inmortales.
Los distintos materiales orgánicos que los componen como papel, tela, piel, adhesivos, son bastante sensibles a las condiciones ambientales. Los principales factores que les afectan son la luz, la temperatura y la humedad. Aunque las instituciones tienen protocolos de actuación y medios para mantener las colecciones en las mejores condiciones posibles, no suele ser el caso de los particulares, lo que no quiere decir que no existan unas medidas preventivas elementales que puedan extender la vida de los libros.
A ver… De modo general algo muy sencillo y que mejorará sensiblemente su conservación es mantenerlos alejados de exposiciones continuas a la luz, sobre todo de la luz directa, tanto del sol, como de la luz artificial. Los daños debidos a la luz son acumulativos e irreversibles y provocan el amarilleamiento y la fotodegradación de la celulosa. Además las tintas empalidecen o se desvanecen mucho más rápidamente cuando les da la luz. Apagar la luz cuando no estás en la habitación donde se almacenan los volúmenes, bloquear la luz que incide sobre ellos en las estanterías con cortinas o no dejarlos en los alfeizares de las ventanas, son pequeños gestos que ayudan muchísimo.
Por otro lado es importante mantenerlos en unas condiciones de temperatura y humedad estables en un entorno bien aireado para evitar ataques biológicos (que hongos e insectos sienten pasión por la celulosa). En general, las casas suelen estar en el rango de temperaturas adecuadas. Si tú estás cómodo, también los estarán tus libros. Ambientes muy secos pueden deshidratar el papel y hacerlo friable. En ese entorno también se aceleran claramente los procesos degradativos que forman parte del envejecimiento natural del libro. Para evitarlo es preciso no almacenarlos cerca de fuentes de calor como radiadores o chimeneas. En el otro extremo tenemos los lugares muy húmedos, el sitio perfecto para que proliferen hongos y otros seres y que también hay que evitar. Los sótanos no acondicionados o espacios más expuestos no son buenas áreas para el almacenaje. También sería importante no colocar las estanterías o librerías en paredes exteriores más húmedas y frías y con mayores cambios de temperatura.
Respecto a su almacenamiento se deben disponer los libros verticales en las estanterías, tallarlos por tamaños y con los lomos alineados, para que no sufran una presión desigual a lo largo del cajo. Los que son muy grandes, ponerlos horizontales pero no superponer demasiados ejemplares unos sobre otros para evitar daños. No apretarlos en exceso porque esto facilita que se dañen al sacarlos y por otra parte estar aireados.
Muy importante es no extraer los libros de los estantes tirando de las cofia (la parte de arriba del lomo) es un punto frágil y no está preparado para soportar todo el peso del libro y la fuerza del tirón que se aplica, se acaba desgarrando todos por ahí. Se separan  un poco de los volúmenes contiguos y se cogen por el lomo. Es conveniente evitar limpiarlos con productos químicos con quitarles el polvo con una bayeta de microfibra que no suelte pelusas es suficiente.
En cuanto al manejo una pauta básica es manipularlos con las manos limpias. A todos nos gustan más los libros sin manchas que los sucios y pegajosos. Muchas manchas grasas de las cubiertas se deben a huellas digitales que al principio no se ven y se van oxidando con el tiempo. Tratar de no comer ni beber al tiempo que se usan. Estas dos medidas tan básicas por sí solas reducen significativamente los daños. 


Las encuadernaciones son mucho más frágiles de lo que presupone, especialmente en los puntos de unión de las tapas con el cuerpo del libro. Los libros están diseñados para reposar entre las manos de los lectores o en el regazo, así sufren poco estrés. Muy pocos pueden abrirse por completo aunque nos empeñemos. El abrirlos sobre superficies planas, especialmente aquellos con el lomo hueco, afecta a esa parte en su punto más débil, la zona de unión entre las tapas y el lomo que hace de bisagra, el cajo. La tensión se concentra aquí y la va debilitando. Esto a la larga compromete la estructura, tensa la costura (si la hubiese), merma la resistencia de los adhesivos y hace que se partan por la zona de los cajos. Una vez que estas juntas se rompen, las cubiertas y el lomo pueden romperse, la costura puede partirse, el bloque de texto se puede dividir y las páginas comienzan a caerse. Por lo tanto es importante evitar ángulos de apertura excesivos. Aunque sean de tapa blanda y su abertura sea físicamente posible, por favor no los doblen sobre sí mismos. Una cosa muy simple que ayuda a que esto no suceda es no dejar los libros abiertos boca abajo ni colocar objetos encima.
Estos daños que he contado son patentes especialmente en las encuadernaciones rústicas donde las tapas y el cuerpo del libro están unidas entre sí únicamente mediante adhesivo. En el caso además de que no hubiese costura y fueran páginas sueltas adheridas es mucho más probable que las páginas se aflojen y se desprendan por este motivo.
Otro consejo es evitar las cintas adhesivas tipo “celo” para “arreglar” posibles desgarros o cortes. Son un desastre en potencia. Al envejecer, el adhesivo se oxida y amarillea, penetra entre las fibras del papel y deja una mancha prácticamente indeleble. Por otro lado, el soporte acaba por desprenderse y al final pierden su función. No usar cintas adhesivas salvo que sean de calidad “archivo”, por favor. Como marcadores de lectura, es preferible usar un trozo de papel en vez de marcapáginas metálicos o clips metálicos, y procurar no dejar gomas dentro o sujetando varios volúmenes. Se degradan con el calor y la humedad, pueden oxidarse en el caso de que sean metálicos y producen daños físicos.


R.B.: Cuéntame alguna anécdota simpática sobre el proceso de restauración de algún libro infantil.
M.M.: No me ocurrió exactamente a un proceso, pero sí en la lectura de mi proyecto fin de grado, en el que me echaron una mano los libros infantiles. Yo hablaba muy seriamente sobre criterios y metodologías de la restauración de libros, pero cuando los ejemplos son el Ratón Mickey en la Corte del Rey Arturo, Tip y Top de Kubasta o Simbad el marino, y te rodean físicamente, el rigor se mantiene pero te cambia la mirada. Esto es literal, me los llevé a la presentación y los desplegué en la mesa donde exponía. El tribunal estaba mucho más relajado y hasta sonreían un poco. Tienen algo estos libros que nos devuelve esa parte juguetona y curiosa que tenemos de pequeños.


R.B.: ¿Crees que se nota más interés hacia la restauración del libro infantil en la actualidad o que sigue siendo un problema al que no se le presta atención?
M.M.: No creo que sea un problema concreto del libro infantil, si no de conocer y valorar el patrimonio bibliográfico en general. Soy optimista y parece que poco a poco vamos tomando conciencia de su importancia, aunque me gustaría que fuese mucho más rápido.
R.B.: Si no me equivoco te has formado en España, Inglaterra, Italia, Estados Unidos  y Francia. ¿La percepción es la misma fuera de nuestras fronteras?
M.M.: No puedo dar una visión global de la situación porque mi experiencia es limitada, pero por lo que yo he podido observar, en cada país la sensibilidad hacia la conservación y la restauración es diferente. Tiene que ver con la cultura propia de la nación y la forma en que valoran su patrimonio. Quizás donde más  he apreciado esas diferencias es entre el mundo anglosajón y el mediterráneo. Francia en este aspecto, funciona de otro modo.
En el mundo anglosajón hay una fuerte tradición de mantener el patrimonio, un sentimiento profundamente enraizado en la sociedad. Por ejemplo, Estados Unidos aunque es un país muy joven en ese sentido, tratan de salvaguardar lo que han ido atesorando en estos años. Te llama la atención lo que valoran y como lo hacen. Cuando trabajaba en un estudio privado en San Francisco llegó un cliente que quería restaurar (no arreglar…) una camisa hawaiana que perteneció a su padre. Este la había adquirido cuando estaba destinado en las islas como soldado durante la Segunda Guerra Mundial. En este caso era una prenda de ropa pero podía haber sido perfectamente un libro de su padre cuando era pequeño.
Eso es típico del mundo de habla inglesa: no son sólo las instituciones las que se encargan de forma global de la salvaguarda del patrimonio común, a nivel privado también hay empresas e incluso particulares que se acercan de modo habitual a los talleres de restauración. En Reino Unido y USA no es únicamente el valor monetario del objeto, la parte sentimental es muy importante para ellos.
Al año siguiente estaba en Florencia en el Archivio di Stato. Allí conservan entre otras cosas, toda la colección documental que estaba en los Ufizzi perteneciente a los Medici y que se vio afectada por el desbordamiento del Arno en 1966. Aún hoy siguen limpiando barro de las obras que resultaron dañadas. Tienen tanto, que para ellos es absolutamente habitual trabajar con documentos del siglo XIV o XII, impensable en otros lugares del mundo. Aunque he visto cómo valoran ese acervo y lo cuidan profundamente, poseen tantos siglos de patrimonio que mantener y preservar, que es necesario priorizar porque desgraciadamente los recursos son limitados.
En Francia es otra cosa… Están profundamente orgullosos de su patrimonio y el mundo editorial. La bibliofilia y todo lo que está asociado a ella son muy potentes. La literatura infantil y juvenil es una parte de ese todo y está valorada como cualquier otro componente del mismo. Es uno de los pocos lugares donde he visto talleres de restauración de libros especializados en libros infantiles.   
En España lo vivimos de otra forma, un poco al modo italiano, quizás con muchas ganas y buscando recursos.


R.B.: ¿El libro infantil es también una rara avis dentro del mundo de la restauración? ¿Por qué?
M.M.: Es una rara avis porque en realidad al final lo que se restaura o se quiere preservar es aquella parte de los objetos o la cultura que se considera importante en algún sentido. Por ello la divulgación y el conocimiento de la riqueza que contiene la LIJ es un punto básico para asegurar su buena preservación. Todo aquello que ayude a ponerlo en valor contribuye a reforzar su mantenimiento. En realidad, los restauradores no “vemos esa temática” si no se traduce en alguna particularidad específica tangible, ya que al enfrentarnos a un trabajo nos centramos en la parte matérica y simplemente tratamos de asegurar su continuidad en el tiempo. Además, la profesión de restaurador-conservador de libros como tal es una especialidad muy joven -poco más de medio siglo- y aunque hay magníficos profesionales en nuestro país aún es muy minoritaria.
R.B.: Y para terminar, tres cosicas de monstruos... Tu juego favorito, tu comida preferida y el libro que te ha llenado hasta rebosar.
M.M.: La muñeca (rayuela) y el rescate. Guisantes con jamón, boquerones en vinagre, queso manchego curado y pan. Me encanta el pan. Libros hay muchos quizás el último fue la serie de Harry Conejo Angstrom por la que conocí a Updike. Los encontré en casa de mis padres por casualidad, me hizo gracia el título. Una cosa muy tonta la verdad. Me encantaron y no podía parar de leerlos. Así me di cuenta de quién era John Updike y el esplendoroso y lúcido retrato que hizo de la sociedad americana. Ese señor escribe como los ángeles. De pequeña tenía muchos libros y muchos favoritos. Tres de ellos:Las brujas de Roald Dalh, Momo yJim Botón y Lucas el maquinista de Michael Ende.




María Matesanz Benito (Madrid) estudió la licenciatura en Ciencias Biológicas por la UCM, pero como aquello le supo a poco se puso a estudiar un Máster en Restauración y Conservación del Patrimonio en Europa y Grado Conservación y Restauración, especialidad en Documento Gráfico por la ESCRBC de Madrid. Ha sido becaria FormArte en el IPCE y ha realizado estancias en diversos estudios privados e instituciones de restauración y conservación en Florencia, San Francisco y Londres. Conjuntamente ha cursado prácticas formativas en la Biblioteca Nacional de España y la Biblioteca Marqués de Valdecillas. Además, podemos añadir un Máster en Comunicación Digital y Multimedia y otro en Paisajismo y Jardinería, ambos por la UPM, y el grado de Técnico Superior de Artes Plásticas y Diseño de Gráfica Publicitaria por Arte 10 Madrid. Ha trabajado durante años como consultora ambiental en la empresa privada, realizando además variadas colaboraciones como docente, diseñadora gráfica y paisajista freelance.



Inmortalizando sonrisas

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En casa nunca tuvimos que esperar a la revolución de los “smartphones” para hincharnos a hacer fotos. Mi padre siempre fue un apasionado de la fotografía. Todavía me acuerdo cuando nos enseñó a usar su Yashica® en modo automático. Mi hermana y yo nos lo pasábamos en grande echando fotos. No se crean que lo hacíamos al tuntún, pues nosotros siempre hemos sido muy considerados con eso del gasto estúpido y siempre buscábamos cosas curiosas y que el encuadre quedara medio bien. Luego mi padre revelaba los carretes y se apropiaba de nuestras instantáneas, a lo que nosotros, entre risas, le llamábamos ladrón.


A pesar de ello, nunca hemos posado mucho, pues hemos heredado la fotogenia de mi madre, es decir, completamente nula, pues para lucirnos en una sola foto, debemos disparar unas tropecientas veces. No es algo que me preocupe, pues tampoco pretende ganarme la vida como “it-boy” o como modelo de cremas anti-edad. El caso es tener algún recuerdo, que siempre tiene su aquel (nostálgico o vengativo) sacar el álbum tras la cena de Nochebuena (mi tía siempre lo hacía y se hinchaban a reñir y a llorar).
Además, hora las cosas han cambiado mucho. Las fotografías rara vez se disfrutan sobre papel, quedan a buen cobijo en las carpetas del disco duro para chantajes u otras maldades, y poco más. Desde que los fotógrafos florecen como champiñones (la era de la cámara digital ha abaratado y simplificado mucho el proceso de inmortalizar los momentos), desde que cualquier discoteca de mala muerte ya tiene fotógrafo oficial, desde que los “photocall” cada vez son más recurrentes (bodas, bautizos y comuniones mediante) y desde que los niños de siete años saben posar como auténticas reinas del pop, parece que no se valora mucho el trasfondo de una bella instantánea. Un craso error pues obtener una buena foto, no es moco de pavo, se lo digo yo que de fotos sé algo.


Y así, con obturadores, diafragmas y objetivos varios, llegamos hasta el álbum de hoy. Con un título bastante sugerente, ¡Patata!, del autor portugués Bernardo P. Carvalho y publicado por la editorial Barrett –que lo está haciendo fenomenal con esto del libro infantil-, no sólo nos habla de posados y tipos de luz, sino que también se interna en los elementos del paisaje (me atrevería a decir que es el único álbum que conozco que parte de ese hilo argumental), una de las temáticas más conocidas de la fotografía.
Es así como llenos de colorido y con un sentido del humor bastante absurdo pero muy cercano a los pequeños (me han recordado a una familia mal avenida donde abundan las pullitas, los dimes y los diretes), Nube-cilla, Mar-zon, Volcán-cillo, Sel-vota, Vient-ico o Arcoíris, disfrutan por salir en la foto de los turistas con la mejor de las sonrisas.


Un libro pequeñito (me ha encantado el tamaño) dirigido a los primeros lectores que tiene multitud de aplicaciones escolares (¿Un puzzle? ¿Comparar diferentes tipos de paisajes?), sin olvidar que el fin último es la lectura y de paso, partirse de risa.


Excursiones bajo la lluvia

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Glorias hay bastantes. Una alumna que tuve el año pasado muy maja y cachondona, pero más vaga que el suelo…, una perra guapísima que tenía cierta vecina de la infancia… y la que nos ha traído nieve, viento y, sobre todo lluvia y frío al levante español.
Ayer jarreó todo el santo día. No les exagero si hablo de dieciséis horas de agua ininterrumpida. Aunque en algunos lugares de nuestra geografía caía a mares, aquí llovía bien, sin prisa pero sin pausa, calando bien el campo, que es lo que hace falta.
Habrán deducido que me encanta la lluvia. En primer lugar porque me chiflan los paraguas, ese objeto con vida propia, que se abre y se cierra (hay algo mágico en liberarlo de sus ataduras y pulsar el resorte), con tantos diseños y colores, que crea un microcosmos particular e intransferible bajo el que resguardarte. Los hay que prefieren las botas de agua (¡Otro clásico!) pero yo con mi paraguas soy la mar de feliz.


En segundo lugar tenemos el lado humano… Me gusta ver llover. Invernales u otoñales (en primavera no tanto y en verano, parece que nuestra latitud las ningunea). Sí, salgo a la calle y recuerdo a mis padres callejeando sobre el suelo mojado, pisando el barro, las hojas caídas. El olor a limpio, la frescura que trae el agua que va fluyendo. Mi hermana y yo corríamos por el parque, para arriba y para abajo, salvando los charcos.
Le echarán la culpa al cambio climático, dirán que vaya tiempo de perros, que hay que resguardarse en casa y no salir hasta que escampe el temporal, pero el caso es que yo tengo buenos recuerdos de estos días de lluvia. Bajar a tomar una cañeja y terminar montando una buena juerga, pisar un charco y terminar tomando un chocolate con cierta persona más que interesante, e incluso alguna que otra excursión universitaria pasada por agua y cientos carcajadas… “¿Qué te has ido al campo con este tiempo?” Sí, ¿por qué no? Un buen cortavientos, un paraguas o chubasquero, el almuerzo, y arreando que es gerundio.


Y hablando de excursiones, hoy les traigo una sin desperdicio. La que Yael Frankel ha realizado junto a la editorial Tres Tigres Tristes. Y es que en Excursión, su protagonista se deja llevar entre las maravillas que va encontrando en mitad de la naturaleza y su misma imaginación. Acompañado de monos, conejos, pingüinos, osos, elefantes y un sinfín de animales más, descubre un universo enriquecido que no deja de desbordarse a cada paso, y siempre ayudado por la lista de “necesidades” que le ha propinado su madre antes de partir.
Con unas ilustraciones centradas en la línea, donde no se dibujan las formas clásicas pero que sí invitan a la búsqueda de los volúmenes y el colorido en el subconsciente del lector, la autora argentina nos lleva de la mano en una historia donde pone en tela de juicio el paternalismo (¡Qué pesados y protectores se ponen los padres!) y subraya el carácter subversivo e independiente de la infancia.



De operación bikini

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Con los gimnasios y otros centros del bienestar hasta la bandera, comenzamos la operación bikini con bastante antelación. Ya saben que la Navidad ha hecho estragos en nuestras anatomías y hay que recuperar la línea, que luego llegan los calores y hemos de destaparnos las vergüenzas. No es que haya que ponerse en modo fideo -ya saben que donde hay chicha, también hay alegría-, pero sí evitar los excesos, que luego nos pasan la minuta las enfermedades cardiovasculares. Berzas, borrajas, alcachofas y bien de legumbres, menear un poco el culo, y a lucir un palmito espectacular. Si por el contrario se deciden por la comida ultraprocesada, los salsotes (que no salseos), los embutidos y todo tipo de derivados harinosos, ya pueden seguir soñando.
Hagan lo que quieran, pues yo soy más de interiores, pero luego no vengan con sus culpas, lloren y aduzcan aquello de “¡Si no comí nada!”…

[…]

-Por favor, doctor,
haga que no duela.
-¿Será que ha comido
exceso de abuelas?

Salen de una en una
haciendo calceta,
cuentan veintiuna
y tres bicicletas.

-¡Me duele la tripa!
¿Y ahora qué es?
Si son los cerditos,
¡solo comí tres!

Y salen tres cerdos,
con paja y madera,
trescientos ladrillos
y una hormigonera.

[…]

Mar Benegas.
En: ¡Si no comí nada!
Ilustraciones de Andreu Llinàs.
2019. Barcelona: Combel.



El secreto de lo humano

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Despierto y me entero de que el mundo entero llora la muerte de Kobe Bryant. No es para menos. Las redes sociales han entrado en ebullición, todo el mundo se ha puesto como loco a enviar mensajes de condolencia, se ha hecho eco de la noticia hasta la Intemerata, y los medios  hurgan en los detalles.
Es curioso como la muerte de algunas personas suscita un impacto mayor que la de otras, cómo ese sentimiento transciende la intimidad familiar y se desborda entre los desconocidos. Y les diré que esto no es algo exclusivo de las “celebrities”, sino que también sucede con los vecinos o los amigos de la infancia. Siempre hay gente que despierta un cariño mayor en los demás. Hay algo intrigante en todo esto...


Ustedes dirán que tiene que ver con lo bondadosos que hayan sido en vida. Que la gente buena es más querida (hay que revisar el concepto de “ser buena gente”)... Otros me comentan que es una mera cuestión de popularidad. Cuanta más gente conoces, más son los que lloran tu muerte... También puede deberse a intereses, a cadenas de favores (fíjense en los velatorios de algunos políticos y mafiosos)... Puede que sea cierto eso de que lo mediático y publicitario tiene mucho que decir en estos casos, pero tampoco lo creo (muchos fuegos de artificio se apagan de un soplo)... Quizá sea cuestión de la edad, pues la juventud y la parca no son buenas amigas (“contra natura” le llaman)...
En fin, que barajando todas estas posibilidades, a la única conclusión que he llegado es que hay algo en ciertas personas que los hace diferentes. Una especie de esencia que cala hondo en los demás, que penetra en quienes se aproximan a ellos, que los hace necesarios. Impregnan sutilmente el aire que respiramos y nos hacen agradable el día a día. Una felicidad callada e íntima que en ciertas circunstancias aflora entre la muchedumbre y resuena en cada esquina. Un cuorum que habla por sí solo y despierta el interés y curiosidad hacia ellos, una necesidad, cómo si nos hubiésemos perdido algo: la oportunidad de crecer.


Y con todo esto, me vino a la cabeza El secreto, un libro-álbum de Daniel Nesquens y Miren Asiain Lora, que ha sido publicado por SM en los últimos meses y que ha pasado un poco desapercibido en el circuito del álbum.  Al principio, no entendí muy bien esa asociación de ideas, pero conforme pensaba en ello la cosa fue cogiendo consistencia.
Ambiéntense… Un zoo, una jaula con un tigre. Un gato que merodea. Empiezan a parlotear. De los anhelos de uno, de las aventuras del otro. El tigre quiere regresar a la selva, deambular fuera de los barrotes. El gato escucha atentamente los sueños del tigre. ¿Será posible cumplirlos?
Aunque ciertas reseñas echan mano de la libertad, el animalismo u otras razones para defender este libro, un servidor prefiere otras, a mi juicio, más hermosas. Como por ejemplo esa hermosa relación que surge entre dos desconocidos, gato y tigre, que, a pesar de todo, disfrutan de sus charlas, comparten puntos de vista dispares e intentan entenderse a la perfección. Es un encuentro fortuito, un hilo invisible que une en parte sus destinos, sin más intención que la de coexistir. Y eso, permítanme decirles, es mágico.


A ello hay que unir unas ilustraciones muy especiales (les recuerdo que fueron seleccionadas para la muestra de la Feria de Bolonia del pasado año y para la edición número 61 de la exposición de la sociedad de ilustradores de Nueva York). La mayoría realizadas en grandes planos generales, con una composición propia del paisaje (regla de los tercios), y en las que priman unos tonos azulados bastante evocadores (¿No les habla este color de la noche, del agua o de la calma?). También invitan a descubrir multitud de detalles entre el público o entre la fauna salvaje, un juego que interpela al lector y que ofrece más información en un entorno sugerente y misterioso desdibujado por la niebla y las nubes.
Lo único que sé es que me hubiese gustado estar ahí. Quizá ser el cuidador del zoo (si lo leen sabrán porqué) y formar parte de esta historia que no trata de la muerte ni del baloncesto, pero que habla de nuestros sueños compartidos, de amigos fugaces que te ayudan en secreto, de la celebración que es la vida. Algo que ya es bastante para unir a tigre, a gato y a Kobe Bryant.



Un libro nuevo para un mundo extraño

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Se ve que el pasado lunes algunos celebraron (si ese es el verbo adecuado) el llamado “Blue Monday”, el -supuestamente- día más triste del año. Que si la cuesta de enero, que los fallidos desafíos del año nuevo, que si la última paga se ha desvanecido casi por completo, que si días cortos y grises… Vamos, que según Cliff Arnall, el psicólogo que lo definió tomando como referencia todos estos parámetros, deberíamos acostarnos y no levantarnos hasta el día siguiente…, pero va a ser que no. Al menos conmigo. Voy a mandar el Blue Monday al carajo.
Pero, ¿qué es eso de que las marcas comerciales sean las prescriptoras de nuestros estados de ánimo? ¿Acaso no son nuestras circunstancias las que los definen? Lo que me quedaba…, depender del calendario para esbozar sonrisas o dejar correr las lágrimas. No, no y no. Déjense de chorradas, aquí lo que hace falta es un poco más de es-pe-ran-za.


Y sin más dilación (que hoy no tengo mucho tiempo para andarme por las ramas), enlazo con, Non Stop, el último trabajo de Tomi Ungerer publicado en España por Kalandraka. Como sabrán, el genio de Estrasburgo nos dejó el año pasado pero aún siguen resonando en las casas editoriales un montón de títulos inéditos de su prolífica obra. Quizá la de hoy es una de las obras más personales del autor, pues condensa en ella muchas ideas que le anduvieron rondando la cabeza en el último periodo de su vida, como el humanismo, pero sin dejar atrás el antibelicismo de sus primeras obras infantiles.


En esta historia, su protagonista, Vasco, un hombre con gorra al que en ningún momento podemos ver la cara -una figura anónima que podríamos encarnar cualquiera de nosotros-, deambula por una ciudad donde el abandono es patente. No sabemos muy bien cuales han sido las causas para que todo el mundo se haya  de allí (En este caso a la Luna, un sitio más simbólico que físico. Como Babia, ese sitio lleno de atontaos, creo yo). Quizá los desastres naturales, quizá los conflictos bélicos, han sido las razones que los han llevado a este panorama tan triste y desolador.
Fijémonos en las formas cúbicas que rodean al personaje. ¿Acaso no les recuerdan a esos juegos de construcción derrumbados por las manos infantiles? ¿Acaso no trae a su memoria los movimientos vanguardistas? (Permítanme ver a los cubistas o a Escher en algunas escenas de la historia) ¿Acaso no ven el movimiento de los muros y calles? Hay mucho significado en esa  supuesta apariencia sencilla del paisaje.


Deténganse también en la patente oscuridad que todo lo envuelve y que nos deja ver con claridad un foco de luz (¡Teatralidad al poder!) que se centra en Vasco y proyecta una sombra sobre las ruinas de ese universo ficticio. Vemos como le hace señales, como lo dirige en su constante búsqueda. ¿Querrá decirnos que esa misma negrura tan inquietante es la misma que lo guía hacia la salida?


Toda la obra está llena de mucho surrealismo (estético y semántico, of course). Desde una historia que parece no tener ni pies ni cabeza, hasta las perspectivas imposibles de algunas ilustraciones, pasando por detalles y elementos disruptivos y evocadores (¿Ven a Dalí?), que alimentan al espectador, invitan al juego y enriquecen el marco de lectura.
Para terminar, una pequeña comparativa. Y es que tanto en Pedro y Juan en el vertederode Maurice Sendak, otro genio del álbum ilustrado, como en esta del inolvidable Tomi, se pueden observar ciertas similitudes que los acerca todavía aún más… El homenaje a sus seres queridos (vean la dedicatoria al principio del libro), la denuncia de los males de la sociedad occidental (guerras, pobreza y demás miserias), la salvación de los inocentes (si en Pedro y Juan… se trataba del niño negro, en este caso tenemos el hijo de unos extraterrestes), las referencias bíblicas (fíjense en el nombre de ese barco encallado), y ese canto de esperanza final hacia las generaciones futuras (que en el caso de Ungerer tiene forma de refugio dulce y almibarado), son puntos que acercan su legado y forma de pensar.
Sintetizando: un libro extraño para un mundo nuevo. O mejor dicho: un libro nuevo para un mundo extraño.



De adultos y actualidad

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Todavía no sé cuándo nos van a dejar tranquilos los mayores. Me tienen hasta las narices. ¡Qué harto me tienen de tanto control! Como si no hubiéramos tenido bastante con la “educación para la ciudadanía” y las dichosas lenguas co-oficiales (¡Y venga propaganda!), ahora van y se inventan el “pin parental”… Menos mal que mi madre sólo es inquisidora para el polvo y las pelusas (No me quiero ni imaginar los estragos que haría si le diera por el currículo escolar, porque ¡ni los maestros saben qué hacer con los estándares de aprendizaje!).


Me voy acordando de lo que charlaba el domingo con Pepa Flores, otra niña como yo. “Mira, Román” me decía la pobre, “estos adultos no aprenden. Ya les dije hace años que me dejarán de fachas, de comunistas y otras mandangas. Que yo me iba a dedicar a la vida, una cosa muy de críos. Que no quería participar en más circos. Menos todavía si los honorarios son caramelos y cabezones. Que le saquen la pringue a otros, que en la tómbola del mundo yo ya he tenido bastante.”


Yo aplaudía con fervor mientras la Marisol (así la llamaban en el cole) se explicaba coherente y salerosa. “Qué contaminado está el mundo, cari. Todo quisqui pensando en engordar la cuenta corriente… La Rosalía metiendo billetes en un tanga y el Évole instando a la violencia,  tira que te va..., ¿pero y la Thunberg? ¿Tan mengaja como nosotros y ya se está registrando como marca comercial para ingresar en el Capital? Que no, que no, Román, que a mí lo que me gusta es Nunca Jamás, hacer el indio, comer, nadar y saltar.


De repente me acordé del libro de Davide Cali y Benjamin Chaud, otro par de nenes que se ve que están hartos de tanta (in)madurez. Cosas que no hacen los mayores ha sido el título elegido (con mucha ironía, por si jode). Se lo ha publicado NubeOcho (¡Me chifla el nombre de la editorial!) y en él hablan de los adultos y las cosas que ¿nunca? hacen.


O al menos, eso parece, porque aunque el texto reza montones de negaciones sobre la gente entrada en años, las ilustraciones parecen hacer gala de lo contrario (disyunción texto-imagen lo llamamos los enteraos del libro-álbum). Cosas como que nunca molestan ni dicen tacos ni pelean ni gritan ni lloran, se recogen en este catálogo de situaciones que da buena cuenta de la mentira que es el universo de quienes perdieron la inocencia. Y nada más.



Los últimos peldaños de enero

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Decimos adiós a un enero que se ha hecho demasiado cuesta arriba. No sé qué ha pasado, pero muchos coincidimos en la misma impresión. Por Gloria, porque no tenemos ni un duro o porque todo se está saliendo de madre (cada vez entiendo menos a esta España cainita y miserable).
El caso es que ha costado terminar el mes. Incluso mis alumnos, cuyas preocupaciones son de otra índole, estaban hasta las narices. Que si exámenes, que si mire usted, o que la evaluación está a la vuelta de la esquina. Ni ellos ni yo sabemos quiénes han decidido jodernos de tal manera, pero el caso es que no se me ocurre mejor forma de sintetizar sus intereses y los míos que escalar peldaño a peldaño en los versos de Unamuno, el grande.

Ay primera escalerita
de olvidar lo que hay que sé,
tras de ti vienen los grillos
que nos atan al saber,
y la hoz tras de los grillos,
que ciega ciencia a cercén.
¡Ay terrible abecedario!
¡Ay potro de la niñez!,
en el zigzag de la zeda,
rayo de raya al través,
se acabó su santo oficio
y con ella el abecé.

Miguel de Unamuno
A.B.C.
Ilustraciones de Artur Heras.
2009. Vigo: Kalandraka.



De las consecuencias del Brexit

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Reino Unido por fin se ha divorciado de la Unión Europea (que no de Europa, pues ellos siempre han formado parte del Viejo Continente) y no han sido pocas las lágrimas que algunos han echado a tenor de una situación que deja bastante de inquietud teniendo en cuenta lo que se les/nos puede venir encima.
Aunque comparto esos sentimientos de desasosiego, pues como sabrán visito bastante el país vecino, convengo en que su gobierno no podía fallar a una de las consideradas “mejores democracias del mundo”, máxime si la decisión se tomó vía referéndum. El “sí” ganó por mayoría (un poquito ajustado, es cierto) y el desenlace no podía ser otro.
No puedo ocultar que ello me produzca cierta envidia. El constatar que los gobernantes respetan (en parte, que los ingleses también tienen sus títeres y cuitas de poder) la opinión de los ciudadanos, me llena de alegría, pues obviando las reuniones clandestinas con los gobernantes bolivarianos y los acuerdos con partidos terroristas, los nuestros dejan mucho más que desear. Las comparaciones son odiosas, y con razón.


Volviendo al Brexit que de miserias a la española ya hablo bastante, se abre un periodo convulso, ya que ahora es cuando viene lo difícil o lo incómodo, pues los acuerdos en materia de política exterior, comercial y demás cuitas económicas, traerá a muchos de cabeza.
Los primeros que ven peligrar sus derechos son todos aquellos ciudadanos comunitarios que llevan décadas viviendo en Inglaterra (sin ir más lejos, doscientos mil compatriotas, ni más ni menos). Nadie sabe qué pasará. Todo el mundo se ha lanzado a pedir la residencia permanente o la nacionalidad. El personal está bastante acojonado.
Esa incertidumbre, ese salto al vacío que supone pasar de ser inmigrante de primera clase a inmigrante a secas, puede ser muy duro. No es para menos pues coger la maleta y regresar a un punto de partida, pues no olvidemos que esa decisión ya la tomaron otrora, la de dejar a un lado todo lo que has conseguido con mucho esfuerzo, es bastante difícil.


Y con este planteamiento enlazo con uno de esos libros que no ha dejado indiferente a nadie, La maletade Chris Naylor Ballesteros. Publicado por La Galera durante los últimos meses, este álbum ha sido uno de los más recomendados por gentes de la esfera del libro infantil y he creído necesario abrirle un hueco en este espacio.
En él se cuenta la historia de un extraño que llega a otro lugar con arrastrando una maleta. Sus habitantes se preguntan de dónde viene, que le trae por allí y, sobre todo, qué lleva en esa maleta. Él contesta que una taza, una mesa, una cocina… El resto se quedan perplejos. No dan crédito a que tanto quepa ahí y aprovechan que el extraño se queda dormido para meter abrir la maleta y quedarse boquiabiertos.


Sobre fondo blanco (creo que centrar la atención en la figura de los personajes ha sido un acierto por parte del autor) para las escenas del presente, y con fondo sepia para referirse al pasado (un recurso estético bastante acertado y que bebe del soporte fotográfico), esta pequeña fábula que bebe en cierto modo de la estructura del sketch, también echa mano del humor para internarse en los resquicios de nuestra naturaleza humana.


Aunque con un final agradable muy apto para partidarios del buenismo y los mensajes edulcorados, un servidor prefiere otro tipo de puntos de vista más controvertidos, como ese ligero paréntesis que se abre para la crítica de la estupidez e impertinencia humanas. Ese momento en el que los animales meten las narices donde no les llaman me ha gustado mucho. ¿Quién cojones se creen para violar el espacio íntimo de nadie? En él he visto representados a todos esos enteraos que no se fían ni de su sombra pero que a la postre se las dan de buenos samaritanos.


De libros infantiles y surrealismo manchego

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Sí, ya sé que hoy tocaba hacer sangre con el duelo entre JLo y Shakira en el último espectáculo del “halftime” de la Super Bowl (N.B.: Al margen de  sus preferencias, pues ambas tuvieron puntos a favor y en contra, cabe preguntarse ante semejante espectáculo sandunguero: “¿Para qué tanto feminismo si ni siquiera estas superestrellas tienen derecho a envejecer dignamente?”). También podría haberles dedicado una disertación sobre los riesgos de volar a Canadá (¡Con el yuyu que me producen los aviones!). Pero el caso es que el post de hoy he decidido dedicarlo al recién fallecido José Luis Cuerda, mi querido paisano.
Los albaceteños le tenemos mucho cariño a Cuerda, no sólo porque retomó esa tradición del humor manchego que quedó postergada con Pepe Isbert, sino porque lo hizo desde un prisma intelectual que lo ensalzó más que ridiculizarlo (cosa que sí han hecho otros que suenan a Oscar pero de cuyo nombre no quiero acordarme). Eso sólo sucede cuando alguien le tiene cariño a una tierra que, aunque Cuerda disfrutó poco, le corría por las venas.


Decían los que poco han venido por La Mancha (ya saben que por aquí pasa todo el mundo pero pocos se paran), que José Luis Cuerda había inventado esto y lo otro, incluso lo de más allá. Yo, no sé muy bien si inventó o dejó de inventar porque a mí, todo lo que veía en sus películas me parecía muy cercano, parte de mi universo personal, pero el caso es que gustaba lo que hacía, que gustar ya es bastante.


Y es que ese costumbrismo tan moderno que sentimos por estos lares, es el que él exhibía en sus diálogos que, aunque llenos de parodia, también tenían mucho encanto. Unas re-contextualizaciones que ayudaban al espectador a salirse de madre, como si todo (o nada, según se mire), fuera con él. Y así nos reíamos de todo, incluso de lo que hay que reírse, con mucho humanismo, pues ahí reside lo poético del surrealismo…, pero, ¡un momento! ¡Esperen! ¿Estoy hablando de cine o de libros infantiles? ¡Me cago en la óspera! Ahora que lo pienso, ¿acaso no están llenos los libros infantiles de ese deje? No, si ahora va a resultar que lo onírico de las historias infantiles reverbera en la cultura posmoderna de los adultos, o lo que es mejor todavía: ¡que las obras para niños se amancheguen por momentos…!


Señoras, señores, y aunque esté desvariando, aquí les dejo con dos ejemplos del surrealismo en el álbum infantil. Concretamente con dos  buenos representantes, Caracol, de Pablo Albo y Pablo Auladell, y Cerdito, ¿adónde vas?, de Juan Arjona y Ximo Abadía, ambas de la misma editorial, A buen paso (¿A qué se deberá? ¿No será su editora una apasionada de esa tendencia tan absurda como nutritiva?).
El primero es una nueva edición (mismos autores aunque diferente concepto) de la historia de un caracol que intenta llegar hasta lo alto de un algarrobo. Aunque el tío es consciente de su lentitud, le echa un par y se enrola en una aventura trepidante a lomos de una tortuga o batiendo un par de alas fabricadas a golpe lechuga.  Todo parece un poco extraño, pero lo cierto es que la historia tiene mucho bonito de fondo. No sé muy bien el qué, pero lo tiene.


El segundo acaba de llegar a mis manos y tomando como protagonista a un cerdo un poco aprovechado, nos conduce por los recovecos de una historia donde abundan los colores vivos o las composiciones geométricas y sugerentes (!hay una puesta de sol preciosa!), y en la que hay mucho de cierto (o eso parece aunque no lo parezca). No les desvelaré el secreto, pero sí les animo a que crean todo con algo cautela, pues siempre hay gente que intenta sacar partido de los imprevistos y de los estofados de bellota.

Salir volando

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Creo que estoy a punto de explotar. A base de amigos impertinentes (más que yo, imagínense), compañeros de trabajo envidiosos y mediocres (a pesar de sus trapos de marca), y familiares llorones, de lo que más ganas tengo es de salir volando. No sé muy bien hacia dónde, pero el caso es que estaría bien un poquito de aire que me refresque las sienes. Frío, que de verano a destiempo ando algo harto. Lo malo es que, a menos que me implanten unas buenas alas, la cosa está difícil, pues eso de mantenerse en suspensión atmosférica no está hecho para cachos de carne. Tendré que gobernarme una montura a mi altura. Elegante, poética, fantástica y poderosa. Bien me valdría un pegaso, que últimamente se cotizan al alza…

Tournez, tournez, chevaux de bois.
Verlaine.
                                                                                        
Pegasos, lindos pegasos,
caballitos de madera.

Yo conocí siendo niño,
la alegría de dar vueltas
sobre un corcel colorado,
en una noche de fiesta.

En el aire polvoriento
chispeaban las candelas,
y la noche azul ardía
toda sembrada de estrellas.

¡Alegrías infantiles
que cuestan una moneda
de cobre, lindos pegasos,
caballitos de madera!

Antonio Machado.
Pegasos, lindos pegasos.
En: 12 poemas de Antonio Machado.
Ilustraciones de Pablo Auladell.
2019. Vigo: Kalandraka.




Coreanos

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Como no hay nada mejor de lo que hablar (estoy hasta las narices de políticos y trolls), empezamos la semana con los Oscar, pues al menos nos traen algo de glamour y mucho mamarracheo.
A pesar del gran despliegue que marcas de alta costura como Chanel, Zuhair Murab, Dior, Oscar de la Renta y Prada hacen cada edición sobre la alfombra roja (nada que envidiar al “chou” anual de Victoria’s Secret), se empieza a vislumbrar cierto tufillo barriobajero en la meca del cine. Actores y actrices son cada vez menos icónicos y más mediáticos, más accesibles y menos inalcanzables. Si, las grandes estrellas de Hollywood se están apagando y parece ser que sólo yo estoy preocupado.
Siempre ha habido mucho "nota" en esto de la farándula y el espectáculo, pero denoto cierta deseducación laboral en los nuevos trabajadores del sector. Tranquilos, que no les voy a meter una disertación a lo Noam Chomsky, sólo quiero que encuentren las mil y una diferencias entre Henry Lamarr y Penélope Cruz. Tampoco estaría de más que se percataran de los miserables aplausos que recibieron los recientemente difuntos de la gran familia del cine estadounidense al ritmo de Billie Eilish (el Yesterdaysobraba, que yo soy más del “today”). ¿Será porque muchos de los asistentes no tenían ni un ápice de cultura cinematográfica, o en su defecto, un mínimo de respeto?


Y es que anoche, los únicos que se dedicaron a la naturalidad, el saber estar (en su papel de triunfadores, claro está) y la desorbitada alegría, fueron los coreanos de Parásitos, sin duda la mejor película del año (Se la recomiendo a manos llenas porque dice mucho desde la dualidad posible-imposible, el humor, la exageración de la realidad y la metáfora del conflicto de clases). Que se note que en oriente todavía queda algo de esa humanidad que hemos perdido en el supuesto primer mundo, manque pierda.
Y sin más ensañamiento, me acerco en este luminoso lunes al trabajo de Kyung Hyewon, otra coreana más que prometedora en esto del libro-álbum. No es para menos pues Elevador (editorial Océano-Travesía) es una más que aceptable puesta de largo a golpe de imaginación infantil y situaciones cotidianas.


En esta historia, la pequeña Yuna, una verdadera apasionada de los grandes saurios que poblaron el planeta hace millones de años, tiene que devolver un libro a la biblioteca, una tarea que se verá alterada por unos curiosos “vecinos” que va recogiendo en cada uno de los pisos en los que va parando el ascensor (que no son pocos, pues ya saben de las alturas que se gastan por aquellas latitudes).
Aunque el final lo dejo para la sorpresa de los lectores, he de apuntar que es un libro que me ha encantado, no sólo por la originalidad del argumento, sobre todo en lo que al formato y el contexto espacial se refiere (los ascensores siempre han tenido mucha magia), sino porque hace gala de esa dualidad clásica entre fantasía y realidad de la que bebe mucho el álbum para niños. Si a ello le unimos la expresividad de los personajes, recursos repetitivos (cada vez que se abre la puerta del elevador es una sorpresa) y ese guiño a los libros, el disfrute está servido.
Así que, ya saben, en vez de noche toledana, les toca noche coreana, que sugerencias no les faltan.



¡Cuidado con los hoyos!

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El pasado fin de semana, con Madrid de fondo y unos días muy moviditos (¡No sé qué haría sin la (in)sensatez de mis colegas! Seguramente cortarme las venas…), he llegado a la conclusión de que antes de acabar en el hoyo, prefiero dejarme todas las ganas en este mundo, porque nadie sabe lo que nos ocupará en ese lugar oscuro y húmedo llamado subsuelo.
Quizá muchos no vean lo mismo que yo en esto de la vida y prefieran meter todos los cuartos en otra oquedad (o quizá la misma, que muchos gustan de cubrir su cuerpo a base de escrituras y cartillas del banco) para que luego otros se lo gasten a golpe de ostra y carabinero.


Algunos tienen muy claro que todos sus bienes van a ir a parar a sus allegados (como si nos les dieran ya bastante en vida). Yo no sé cómo el personal no acaba harto de tanto parásito, porque hijos, nietos, yernos, nueras y algún que otro novio de la residencia de ancianos, tienen más que ver con un agujero negro que con el amor limpio y claro…
Y qué les voy a decir, pues que con tanto socavón profundo y pozo negro, me ha dado por pensar que no los quiero ver ni en pintura. Así que me toca andar con cautela, que de repente se abre frente a nosotros un precipicio repentino y la cosa termina de golpe y porrazo…


Para ilustrarles sobre este problema de los agujeros les traigo a Kelly Canby y La historia de un hoyo, un éxito en el mundo anglosajón que ha sido recientemente publicado en nuestro país por Tramuntana. El libro en cuestión nos cuenta la historia de Carlos, un chaval que andando por el campo se encuentra con un hoyo y sin pensárselo dos veces se lo echa al bolsillo y empieza a pensar qué puede hacer con él. ¿Dará comienzo así a una serie de aventuras y desventuras o ese hallazgo no será para tanto?


El libro tiene su aquel, sobre todo porque da mucho pie a disfrutar de la imaginación del lector (¿Se imaginan lo que harían un montón de niños con ese hoyo? Les invito a comprobar las respuestas) y puede darles mucho juego (Se me ocurren trampantojos de todo tipo, e incluso juegos con trozos redondos de cartulina negra), pero lo que más me gusta es que es un libro que juega con los diferentes puntos de vista y de paso conecta lo absurdo con nuestra realidad.


Y es que nadie quiere un agujero. Ni la modista ni el dueño de la tienda de mascotas ni el que hace barcos ni tan siquiera un servidor. Todos preferimos que se quede en el bolsillo de Carlos no sea que destroce nuestros respectivos negocios. Bueno, todos no, que ya saben que siempre hay quien le encuentra utilidad a cualquier cosa…

De gosthing y otras fantasmadas

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Alegre por el reconocimiento que la Feria de Bologna ha tenido con algunas editoriales españolas como Fulgencio Pimentel, Libre Albedrío y Avenauta, así como con los autores Javier Saez Castán, Manuel Marsol, Gema Sirvent y Ana Pez, al incluirlos en los Bologna Ragazzi Awards (¡Enhorabuena a todos ellos!), me toca seguir con lo mío.
Esto del ghosting está acabando con mi paciencia. No crean que me va mucho lo del amor cibernético (no alimento vanas esperanzas a golpe de redes sociales por mucho que haya cambiado el mundo del flirteo), pero sí denoto que esa práctica del ninguneo se está extendiendo a otras parcelas sociales, véanse familia, amigos y trabajo.


Soy consciente de que cada vez se hace más duro eso de aguantar a la gente (si antes había que tener un buen estómago para no vomitar ante ciertos comportamientos, ahora hace falta una buena sesión de meditación para no empuñar una katana), pero si es con un poco de consideración (que todos somos personas aunque no lo parezcamos), mucho mejor.
Cuando converso sobre este tema con alguna víctima, la peña se pone muy trágica, como si el mundo se hubiera acabado porque el tonto de turno te ha dejado en visto y no se ha dignado a contestarte. “Voy a tener que recurrir al psicoanalista” “Como no me responda voy a echar mano de una buena dosis de Orfidal®” “Yo no sé para qué me comió la oreja si luego iba a pasar de mi” “¡No sólo me ignora, sino que ahora tengo que hacerle frente a las inseguridades que ese cabrón me ha provocado!”


De igual modo, cuando hablo de esto con algún acusado, todos suelen blandir los mismos argumentos para justificarse. “Se lo he dicho mil veces pero se está poniendo muy pesado… ¡Está rozando el acoso!” “Que nos echáramos una caña y después hubiera tema no quiere decir que sea la mujer de mi vida.” “Prefiero no contestarle a ser sincero y que se lie la marimorena.” Y así una tras otra…


Sea como sea y con opiniones para todos los gustos, eso de hacerse el fantasma no es muy de recibo, más que nada porque está cambiando las pautas de comportamiento tradicionales y, ni esfumados ni ninguneados se sienten satisfechos con un panorama la mar de inhumano. Así que lo mejor será que se sienten y dialoguen sobre sus impresiones, miedos y errores. Y si no lo consiguen, aquí les traigo un manual para fantasmas.


Cómo hacerse amigo de un fantasma, de Rebecca Green y editado el pasado otoño por la editorial Juventud, aunque poco tiene que ver con el insano vicio del ghosting, se puede convertir en un libro bastante acertado para relacionarse con seres errantes, que al final es en lo que desemboca esta práctica (todo el mundo deambulando sin saber qué busca).
Lo primero es tomárselo con mucho humor, saber dónde hay que acudir para dar con un fantasma, darle la mano, invitarlo a cocinar, a comer todo tipo de mejunjes, pasar la mayor parte del tiempo con él, intentar compartir algunos quehaceres (aunque estos sean difíciles para un fantasma), pedirle disculpas, comprenderlo. ¡Vaya, que este libro tiene mucho acierto!


Con unas estupendas ilustraciones (hacía mucho tiempo que le tenía echado el ojo a esta artista), bebiendo de los recursos del libro-manualy acercando al universo fantástico y los clichés del género terrorífico, lo mejor de todo es que se puede extrapolar a otros contextos menos sobrenaturales y más mundanos, pues entre amigos todo es posible, más si cabe sin necesidad de mensajes fantasmales.



Maternidad idealizada

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Por mucho que los influencer de la crianza se dediquen a ensalzar las bonanzas de la maternidad, un servidor, que vive en el mundo de la perpetua adolescencia no sabe qué pensar al respecto. Se escucha de cada barbaridad en las redes sociales, que dan ganas de liarse a tiros ipso facto. Ves a cada madre, a cada padre, a cada psicólogo, a cada gilipollas en este universo, que lo mejor que puedes hacer es reírte de sus pedos de colores (o incluso fumártelos, a ver si te conviertes en unicornio).


Lo primero es que casi todos se dedican a la infancia y casi ninguno a los quinceañeros (se ve que la cosa les resulta menos llevadera) algo que me da un poco por el cacas ¿Acaso la crianza acaba a los doce años? Pobres y abandonados teenagers...
Lo segundo es el grado de melindre y ñoñería que suelen utilizar en sus disquisiciones sobre pañales, dientes caídos, fiestas de cumpleaños, riñas de parvulario y otros pormenores infantiles. Son tan babosos que dan ganas de regurgitar hasta la primera papilla. ¿Nadie les habrá dicho que el empalague no es directamente proporcional al cariño?
Lo que sigue es el postureo. Los críos son como los gatetes: más o menos fáciles de adiestrar, lucen mucho en cámara (sobre todo con muselina y encajes de bolillos) y a medio mundo se le cae la baba con ellos. Los “likes” fluyen a mansalva y el negocio sigue imparable mientras violamos sus derechos de imagen (mis nenes son míos y los exploto cuando quiero).
Y lo último es el grado de condescendencia que destilan... Llevo casi un tercio de mi vida trabajando con adolescentes. Una media de ciento veinte alumnos por curso durante siete meses al año. Y lo más valioso que he aprendido es que con ellos NO HAY RECETAS. Cada uno es cada uno y hay que andarse con cautela. Prefiero prestar atención a los compañeros que ofrecen recursos de todo tipo (alabo la generosidad en todas sus formas) que escuchar las monsergas de esa caterva de “influmierder” que solo aspiran a falleras mayores (Senyor pirotècnic, pot començar la mascletà!).


Y si no han tenido bastante sorna hoy les traigo un libro con el que me topé el otro día en una de esas librerías fantásticas que visito y que me pareció extraordinario. Mama Bruce de Ryan T. Higgins (editorial Anaya) es uno de esos libros que desde el humor hurga en tu subconsciente desde la primera página y construye una parodia de muchos aspectos de la vida occidental actual.


Bruce es un oso que siente verdadera pasión por los huevos. Se dedica a recolectarlos de cualquier nido y, como buen morrifino, los prepara según le indican los gurús de la gastronomía (este guiño a la dictadura de la gastronomía me parece muy simpático). Un día encuentra una receta con huevos de ganso y tras hacerse con ellos, rompe el cascarón y ¡voilá!, en un periquete se convierte en la “madre” de cuatro patitos.
Con unas ilustraciones de corte humorístico y bebiendo de algunos recursos del cómic (inclusión de viñetas y serialización de escenas), este álbum (que da comienzo a una serie, por cierto) nos invita a reflexionar sobre la maternidad y no precisamente desde una postura edulcorada y suavona, sino desde la relación materno-filial menos deseada en la que también tienen cabida el cariño y la solución de problemas o miedos.
Que ser padres, digan lo que digan, cuesta, por mucho que queramos idealizarlo.



Perderse entre la arena

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Que la semana empiece fatal no es ninguna novedad (ya saben que los lunes son el peor día de todos), pero que continúe del mismo modo, es algo casi sobrenatural.
Veamos… El lunes, casi moribundo (es lo que tienen los fines de lujuria y desenfreno), me voy para el curro y tras hacer pleno (no es picar piedra tener clase toda la santa mañana, pero agota), me toca asistir a una de esas reuniones que te dan ganas de pedirte la baja, cosa que nunca he hecho a pesar de tener razones para ello (si es que soy gilipollas).
Sí, queridos monstruos, el inspector nos visita. No sé muy bien por qué, la verdad. Supongo que nos tirará de las orejas, como si no tuviéramos bastante. Estoy escuchando la letanía… “Los chavales suspenden demasiado, no están motivados, no os adaptáis a los nuevos tiempos… ¡vosotros sois los verdaderos culpables de semejante catástrofe!”


Si a todas estas acusaciones unimos la connivencia de los equipos directivos (¡Qué profesionales, chica! Eso de desertar de la tiza y complacer al régimen de turno, ¡es tra-ba-jo!), lo que debería traducirse en un amistoso diálogo, se transforma en un juicio laboral que retuerce el sistema límbico (¿Por qué lo llamarán responsabilidad cuando quieren decir “mobbing colectivo”?).
Mientras tanto, los dimes y diretes se van acrecentando. Martes, miércoles…, todos murmuran (¡Que viene el lobo, que viene el lobo!) y yo sigo estornudando, pues a estos males burocráticos se une un brote de alergia –cupresáceas, of course, ¡A ver si llueve de una maldita vez!- mezclado con algo de frío. La congestión de órdago progresa adecuadamente, ambientada, cómo no, a base de papeleos y otros formularios.


Si esto fuera poco, el jueves llega con una agenda demoledora… Prepara los apuntes, haz la maleta que toca puente, no se te olvide darle una vuelta a los billetes ni al equipaje, corrige, cómete la mona sin atragantarte, esclafa el huevo en la frente de algún tonto, haz el bocata para mañana… Resumiendo: petazetas en la sangre.
Y así, llegamos al viernes. Sí señores, la antesala de un puente de cuatro días que gracias al carnaval se abre ante nosotros, humanos. Decidido: me voy a la playa.
Tirarse a la bartola y entregar el cuerpo a la desecación (si me reencarno en algo, que sea en biltong sudafricano). Alguna cervecica que otra, buenos arroces y para de contar. Ni ropa ni na’ de na’ sólo quiero jugar con la arena del mismo modo que la protagonista de El castillo de arena, otro de esos libros maravillosos de la israelita Einat Tsarfati, la misma de Los vecinos, ambos en la editorial Tramuntana, que pasó muy desapercibido hace unos meses y merece un hueco en esta casa de los monstruos.


La historia en cuestión es todo un canto a la imaginación. En ella, una niña como tú y como yo (sin inspectores ni compromisos por medio), le da forma a un palacio increíble a orillas de la playa. No quiere que le falte detalle. Cúpulas, salones con grandes ventanales, escalinatas e incluso un foso (¿Quién no ha querido uno a rebosar de cocodrilos en su castillo de arena?). Es tan grande que ella misma se mete dentro. Sin saber cómo, empiezan a parecer personajes de lo más variopinto. Todo se convierte en una fiesta hasta que….
Con montones de detalles históricos, arquitectónicos, artísticos e incluso guiños literarios este álbum es una delicia, no sólo para sonreír ante tanta agenda de vertigo, sino para despejar la mente y perderse en las cosas bonitas que tiene el mundo de la fantasía.
Lo dicho, disfruten de mascaradas, comparsas y chirigotas, y sueñen, sueñen a raudales. Yo también lo haré.



Coronavirus o el poder de la histeria colectiva

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Regreso de un largo fin de semana y me encuentro con que el coronavirus nos acecha cada vez más y mejor, y ya lo estoy viendo… Los medios de comunicación se van a poner las botas, los políticos aprovecharán para hacernos alguna putada (como si no fuera bastante intervenir los servicios secretos y el poder judicial), los fabricantes de mascarillas (inútiles en la mayoría de los contagios, por cierto) se van a hinchar a vender y los médicos se cagarán en nuestros muertos por nuestros tembleques infundados. Una situación la mar de halagüeña como ya ven.
Por si no fuera poco y dada mi condición de biólogo, se ve que me va a tocar ejercer de maestro en horas no lectivas (para que luego digan que no trabajamos) explicándole a más de uno los riesgos que conllevan estos bichitos para la salud pública (¿Hay de eso en España? Creía que nadie, incluido el Ministerio de Sanidad, sabía qué era eso).


“Yo que tú, me preocuparía más de procurarme una dieta rica en legumbres, verduras y frutas, hacer algo de ejercicio, usar condones y evitar las drogas, antes que de buscarme una buena mortaja” le dije ayer a una. Y va se me enfada (otra que quería mentiras). Ni estaba de cachondeo ni le pedí matrimonio (¡Eso sí sería una faena, teniendo en cuenta como está el percal!), pero la cuestión es torcer el morro. Menos mal que deje a un lado las catástrofes naturales, la incidencia de cáncer, los accidentes de tráfico o la gripe, que si me descuido, me fusila.
Señoras, señores, lo mejor que pueden hacer ante esta familia de virus complejos de ARN (ácido ribonucleico, para poco doctos) es quitarle importancia, tomar unas precauciones básicas (lávense las manos y eviten los estornudos) y vivir. Pues nadie saber cómo puede sobrevenirnos la muerte. Lo importarse es no dejarnos llevar por la psicosis colectiva (¡Qué malo es formar parte del rebaño!) y llevar una marcha más o menos sensata (no demasiada, que las locuras también nutren el alma).


Y para aquellos que no me hacen ni caso y prefieren acudir a la farmacia, colapsan urgencias o deciden ponerse en cuarentena (les recuerdo que hace una climatología “espléndida”, tontos serían si optan por esta última), les dejo un álbum del año pasado que pasó un tanto desapercibido (se lo dice uno que está muy puesto y sólo conocía la edición inglesa), pero hiper-necesario para todos aquellos que gustan de poner el grito en el cielo y sacar de quicio el más mínimo problema.


Accidente de Andrea Tsurumi (editorial Océano-Travesía) además de ser uno de esos libros que con una propuesta humorística y estructura de sketch se mofa de nuestra condición histérica, es bastante interesante por alguno de los recursos narrativos que utiliza, como por ejemplo las guardas peritextuales (cuando lean el libro entenderán por qué) o la función narrativa de la portadilla, algo que es cada vez más frecuente en obras de autores contemporáneos -les recomiendo echar el ojo a las de Sergio Ruzzier-.
Así mismo, la autora de este libro echa mano de algunos recursos propios del tebeo, como los bocadillos o la secuenciación de escenas (tiene mucho sentido en una obra de vértigo donde el espacio-tiempo habla por sí sólo), para articular una historia en la que Lola, un pequeño armadillo convierte un pequeño percance en todo un desastre para darse cuenta que ni siquiera su madre está exenta de cometer un fallo.


El zumo derramado, una tarta aplastada, una manguera anudada o incluso una biblioteca desbaratada son parte del lío monumental que se forma en una ciudad que recuerda mucho a las de Richard Scarry (¿No ven mucho de este autor en el interior de las casas o en la caracterización de los personajes?).
Si a todo ello unimos una gran riqueza léxica y lo expresivo de la tipografía (la forma y tamaño de las letras dicen mucho a lo largo de toda la historia), no puedo más que recomendar a manos llenas un librito que seguro les hace repensarse su posición frente a los tan anunciados males del SARS-CoV-2.



¿Y qué tipo de lector de LIJ eres tú? 12 años de blog

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Señoras y señores, ¡hoy cumplo 12 años en la red! La docena, ni más ni menos. Nadie hubiera puesto la mano en el fuego por mí pero todavía sigo aquí dándoles la murga, reseñando lo que puedo (este año está siendo muy ajetreado y tengo poco tiempo) y hablando de lectura y libros infantiles.
Hay quien dice que los blogs hace tiempo que murieron. Yo no hago ni caso. Este sigue más vivo que nunca. No sé si gracias a las redes sociales o a mi verborrea caustica, pero el caso es que sigo poniendo ladrillos a esta casa de monstruos lectores por si acaso un día hay que buscar un refugio.
Sí. He organizado una exposición virtual, he hablado de política en la literatura infantil, de protagonistas con gafas, también de pelirrojos, de tipos de librerías, de la censura en los libros para niños, de la muerte en los libros infantiles, de filatelia y LIJ, de álbumes pop-up, de flip-books… He hablado de tantas cosas que cuando me he levantado esta mañana he dicho: “Román, ¿y cómo pijo vas a celebrar tú este doceavo aniversario?” Yo venga darle vueltas a la cabeza y nada, todo eran clichés muy manidos...
Aburrido, finalmente he cogido el “García Rollán” (uno de esos tochos de botánico venido a menos) para cotejar una especie, y se me ha encendido la bombilla. “Y si hicieras una clasificación de los tipos de lectores adultos de literatura infantil, ¿qué categorías incluirías?”
Me ha parecido una idea bastante chistosa esta de la taxonomía, más que nada porque mientras le daba a la manivela se me venían a la cabeza montones de seguidores, de amigos LIJeros y de conocidos que podían pertenecer a una u otra tipología.
De esta manera he llegado a completar doce (una por cada año de existencia) y aquí las tienen, para que se vean reflejados en ellas (yo me veo en muchas a la vez), para que disfruten y se echen unas risas a costa de ustedes mismos, de todos los monstruos que disfrutamos de la literatura infantil y juvenil, y sobre todo, para que me acompañen mientras soplo las velas de una tarta que merece ser compartida un año más.
¡Muchísimas gracias por seguir ahí!


 TIPOS DE LECTORES ADULTOS QUE LEEN
 LITERATURA INFANTIL Y JUVENIL

1. Lector por daño colateral. En esta primera categoría se incluyen a todas esas madres, padres, maestros y público en general que jamás se interesaron por los libros para niños hasta que un día tuvieron que acompañar a sus críos a la biblioteca o contarles un cuento gracias al empeño de la directora de turno y, sin saber cómo, quedaron envenenados por la literatura infantil. Son peligrosos, con tendencias adictivas y pueden mutar en el resto de tipologías aquí descritas. Con frecuencia sus hijos acaban aborreciendo los libros infantiles y se suelen avergonzar de ellos en público.

2. Lector ñoño. Se adscriben a ella todos aquellos lectores adultos que por una extraña razón sienten una atracción irremediable hacia las historias empalagosas en las que el amor paternal, el buenismo, lo emotivo y el amaneramiento abundan. Son muy numerosos en puertas de colegio, clases extraescolares y fiestas de cumpleaños. Sienten debilidad por libros con tapas color pastel, preferentemente de color rosa o azul. Todavía se sigue estudiando el origen de esta cuasi-patología que probablemente tenga que ver con una concepción sobreprotectora hacia la infancia.

3. Lector coleccionista. Entre estos se incluyen a todo tipo de personas que sienten una atracción sistemática por adquirir y atesorar libros, sobre todo aquellos que incorporan sugerentes ilustraciones o trabajados engendros móviles en sus páginas. Tratan al libro, sobre todo al álbum, como un oscuro objeto de deseo que hay que mimar y cuidar. Su manía por la correcta conservación de los volúmenes les lleva a comprar estanterías y soportes de exhibición cada dos por tres. Esta adicción puede ocasionar el divorcio y/o la bancarrota.

4. Lector utilitarista. Siempre buscan una utilidad a cualquier libro para niños que cae en sus manos. Los libros sirven para enfrentarse a la timidez, para hablar de feminismo, o para contar hasta tres. Da igual el argumento, el lector utilitarista estirará del hilo hasta conseguir su objetivo. Desarrollan actividades de todo tipo con recursos variopintos, bien para reforzar la idea primigenia del libro, bien para ensalzar cualquier otra que no tenga nada que ver con ella. Se relaciona con cierto síndrome didáctico.

5. Lector temático. Es un tipo de lector de libros infantiles que se rige por las modas. Si se llevan los libros sobre emociones, llena la casa de estos, si más tarde le llega el turno a los informativos, es capaz de comprar todos los que encuentra en los grandes almacenes. No se rige por un gusto estético determinado, solo por su ingesta masiva y sus tendencias exhibicionistas. Tiene lazos de parentesco con el lector utilitarista y el coleccionista, aunque este tipo de hibridación no es frecuente.

6. Lector sectorial. La literatura infantil es su ámbito laboral. A él se adscriben otros subtipos como el lector escritor, el lector ilustrador o el lector editor. Se dedica a darle vida a los libros para críos. Son bastante exigentes y buscan la innovación literaria, valoran la experiencia estética e intentan dar una vuelta de tuerca a la lectura. Es frecuente encontrarlos en corrillos junto a lectores prescriptores mirando por el rabillo del ojo a lectores ñoños y utilitaristas.

7. Lector hedonista. Lee lo que le viene en gana. Aunque tiene sus preferencias bastante claras está abierto a todo tipo de sugerencias. Álbum, narrativa, cómic… Suele seguir las tendencias y las novedades del mercado. De amplia sonrisa, se deja aconsejar. Acude a bibliotecas y librerías con frecuencia. Lee para darle gusto al paladar. Es muy disfrutón y vive ajeno a poses elitistas y otras chanzas de poder.

8. Lector prescriptor. Lector voraz cuya máxima es valorar y clasificar lecturas de primera mano. Bibliotecarios, libreros y algún que otro especialista intentan dar cabida a buenas lecturas en sus bibliotecas. Rescatan libros expurgados y se abalanzan sobre las librerías de viejo. No siempre dejan sus prejuicios a un lado. Son bastante disciplinados e intentan equilibrar la balanza de la lectura. Quien tiene un lector prescriptor como amigo, tiene un tesoro. Hazte con uno pronto o tu mesita de noche puede convertirse en un estercolero.

9. Lector académico. Lectores de aire refinado que pululan en los pasillos de escuelas de magisterio, universidades e instituciones afines. Diseccionan cualquier libro que pillan entre las manos, y hurgan en los intereses y miserias de los pequeños lectores. Sonreír poco y exhibir cierta soberbia intelectual son dos de sus rasgos definitorios. Acostumbran a camuflarse entre los lectores profesionales y los lectores prescriptores. Por todos es conocida la épica batalla entre lectores académicos y lectores ñoños.

10. Lector fanático. Son entusiastas a rabiar. Si dos de estos lectores se encuentran, que Dios pille confesado a quienes los acompañe. Que si has leído este libro o este otro, que si Jon Klassen u Oliver Jeffers. No se cansan, nada puede pararlos. Atesoran un bagaje tan grande sobre libros y lecturas para infantes que son verdaderas enciclopedias andantes. En exceso pueden perjudicar gravemente la salud. Lástima del que se encuentre con uno de ellos en la librería infantil de turno.

11. Lector influencer. Nacidos al amparo de la burbuja de la LIJ de los últimos años, estos lectores tienen una clara vis mediática. Bloggers, booktubers y bookstagramers se deshacen en elogios sobre la LIJ, bien para potenciarla, bien para obtener visibilidad y/o beneficios a través de campañas y publicidad (N.B.: A estos hay que cogerlos con pinzas). Fotografías, vídeos y reseñas de todo tipo de libros ponen la nota alegre en eso de la mediación lectora, no sea que los lectores académicos aburran a las piedras.

12. Lector fetichista. Sienten fijación por obras concretas de la LIJ y algunos personajes de ese universo. Clásicos y no tan clásicos, este tipo de lectores se pirran por Peter Pan, Dorothy, Pomelo o Tom Sawyer. Sapo y Sepo, Harry Potter, Alicia, Mary Poppins o el Max de los monstruos son los alter ego infantiles de muchos lectores adultos que los internalizan hasta cotas insospechadas. Compran todo el merchandising, ven todas las versiones cinematográficas e incluso se disfrazan de ellos. El clímax de la locura lectora, vaya.

Primavera, caos y orden

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Después de la resaca de mi doceavo cumpleaños bloguero, empiezo marzo con bastante alegría (Hasta que algún cretino venga a tirarme de las orejas… Siempre la misma historia…). A pesar del viento y otros meteoros poco agradables a los que hay que poner nombre (me parece tal la gilipollez, que no le voy a dar ningún bombo), la primavera se va abriendo paso. Empiezan a florecer los primeros nazarenos y las calles se entusiasman del bullicio reinante.
A pesar de ser una época con bastante esplendor, los humanos nos empeñamos en sacarle brillo (¿No tendrá bastante?), pues muchos empiezan con las limpiezas de temporada. También con las obras. Que si pintores, albañiles, fontaneros y alicatadores. Todo se llena de cubetas de escombros, de camiones de mudanzas y las cajas de cartón se cotizan tanto como las mascarillas asépticas (¡Trescientos euros que piden por una de estas, tú!).


Retira muebles, guarda los libros, busca plásticos grandes… Toda una odisea para ponerlo todo patas arriba. Esa es la manera que tenemos los seres humanos de celebrar la llegada de la diosa Primavera y, por supuesto, de hincharnos a trabajar. Saca la cubertería que te regaló tu tía Josefina y la vajilla de La Cartuja, métele un buen friegue a todos los “tupper” y echa las rayas del baño (¿Quién se inventaría esa costumbre?).
Si a todo esto unimos que el regreso a la normalidad atraviesa por una gran pérdida de utensilios de diferente importancia (¿Dónde pondría las pinzas de depilarme el entrecejo? ¿Y el microondas? ¿Y el carné de la biblioteca? ¿Y a mis hijos?), la cosa se pone fina y un poquito revuelta.


Con tanto orden y desorden llego a La casa donde todo se pierde, un álbum de Brian B. Cronin que da comienzo a una serie de la que sólo ha visto la luz en España este título (editorial Jaguar) y que no deja indiferente a nadie.
En este libro interactivo (si es que alguno no lo es) el autor nos propone un juego de búsqueda en una casa que está llena de trastos. El argumento es sencillo: un par de nietos tienen que buscar una serie de objetos para que su abuelo se acicale y el lector-espectador puede echarles un cable.
Cada doble página nos presenta una estancia de la casa abarrotada de objetos y chiches (En la Mancha nos referimos a este vocablo cuando nos referimos a cosas delicadas, bonitas y, por lo común, pequeñas e inútiles, que abarrotan y engalanan un hogar).


Lámparas, libros, cuadros, juguetes, ropa… todo cabe en estas habitaciones con una característica en común: en cada una prima un color. Todo (y cuando digo todo es todo) es amarillo, magenta o verde en la misma doble página. Aunque visualmente es muy extraño (hay veces que el contraste chirria y sorprende a partes iguales), esto del monocromatismo tiene una doble lectura. Por un lado dificulta la identificación de los objetos perdidos, lo que hace más difícil la búsqueda (N.B.: Les puedo asegurar que un servidor no ha dado con muchos de estos). Por otro lado busca el sentido a una última escena multicolor donde se conjugan todos los colores de las páginas anteriores.


Ya saben, busquen y rebusquen es este libro con cierto aire japonés (¿Verdad que tiene un puntito muy oriental? Sobre todo en la caracterización de los personajes) aunque por las venas del autor corra sangre irlandesa. Y si no dan con todo lo que ha perdido el abuelo, siempre pueden acercarse a esta página web y buscar ayuda.
Por último, una sugerencia. No salgan locos con el orden-desorden primaveral, hay veces que hay que disfrutar del caos y la incertidumbre reinantes.

Valiente fragilidad

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Hemos dado la bienvenida a marzo y con él llega el periodo de exámenes. Hay cierto tufillo de nerviosismo en el aire y se palpa la tensión entre los estudiantes. Ojeras, caras pálidas y salidas de tono son el pan de cada día. Sí, no es muy agradable estar embebido en una atmósfera tan recalcitrante, que el humor es una cosa muy seria y hay que cuidarlo. A menos que venga algún gilipollas a darte el día, lo mejor que podemos hacer es sonreír, que para llorar por un cerapio siempre hay tiempo.
Como en botica, estudiantes hay de todas clases. Los hay muy trabajadores, como laboriosas hormiguitas que al final salen del paso. Otros son más espabilados y prefieren echar mano de sus capacidades antes que de hincar los codos (¡Y cómo les jode a los demás…!). Están los que se esperan a última hora para invertir todas sus horas de sueño en el aprobado raspado. También los nerviosos que la cagan en el último momento por un exponente, un paréntesis o la idea feliz de turno. Los alegres y los despreocupados también tienen su hueco en este catálogo de alumnos. Y así, uno tras otro, van pasando los cursos escolares.


De entre todos ellos mis favoritos son los alumnos de cristal. Esos de apariencia frágil, que de un soplo se desbaratan. Son los que más me sorprenden teniendo en cuenta el ecosistema en el que viven. Cuatro paredes atestadas de niñatos entre los que priman las leyes más básicas y animales. ¿Por qué? Parece que se caen pero que al final se tienen, como si se fueran a rendir de súbito aunque al final opten por la supervivencia. Deberíamos llamarlos alumnos Duralex®, o quizá alumnos Pyrex®, porque a pesar de su apariencia, son irrompibles, resistentes al tiempo y los varapalos, a imagen y semejanza de la Gisela de cristal de Betrice Alemagna.


Recién publicado en nuestro país por Libros del Zorro Rojo, este álbum que fue elegido el mejor libro infantil del 2002 en Francia, nos cuenta la historia de Gisela, una niña hecha de cristal. Luminosa, frágil y sobre todo transparente, todo el mundo quiere conocerla. Largas colas delante de su casa para poder verla y tocarla, hasta que se dan cuenta que, como es de cristal, pueden leer sus pensamientos…


Como ya han apuntado otros compañeros de la LIJ, el argumento es similar al Jaime de cristal de Rodari, lo que me hace pensar que Alemagna ya conocía esta historia del genio italiano y quería darle una vuelta de tuerca más contemporánea. Mientras que en Jaime de cristal la transparencia resulta ser una virtud para luchar contra la tiranía y la opresión quedando el mensaje más supeditado a la moraleja redonda del cuento tradicional, en Gisela de cristal se ensalza como un grave defecto en el que el público en general no ve nada positivo e incluso es motivo de rechazo social. Aunque en los dos libros el protagonista sale victorioso, Alemagna ensalza la debacle interior de Gisela. Ella es una verdadera heroína y lucha por alcanzar su propia felicidad, mientras que Jaime es un héroe indirecto.


En lo que a los recursos de formato y estéticos se refiere llaman poderosamente la atención dos. La primera es el tono azulado del libro, uno que inspira calma, también frialdad e incluso tiene que ver con las lágrimas de Gisela. La segunda son las páginas de papel vegetal que la autora inserta en el libro, un recurso que también utiliza en Cosas que vienen y van, pero que en este caso se traducen con otro significado, concretamente el del símil con la transparencia del cristal y de la anticipación en la secuenciación.
Un libro sin pretensiones, hermoso y algo agridulce, que los niños de cristal necesitamos de vez en cuando.


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